En pleno debate sobre si el mundo va camino de entrar en la antesala de una nueva crisis económica, la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, ha contribuido a encender un semáforo amarillo y a lanzar un aviso para navegantes. Ante la Cámara de Comercio de Estados Unidos, Lagarde ha ratificado el nerviosismo que existe en los mercados ante la desaceleración de la economía internacional y las mayores amenazas que se ciernen sobre ella: el brexit, el elevado nivel de deuda de algunos países y las tensiones por las guerras comerciales, especialmente, la de EEUU y China. Aunque el FMI no observa un riesgo cierto de recesión a corto plazo e incluso confía en un cierto repunte del crecimiento en el segundo semestre de este año y el próximo, Lagarde alerta de que la economía vive un momento «delicado» y de que el alto endeudamiento público y los bajos tipos de interés desde la crisis financiera dejan poco margen de actuación. Y, justo ahora, Europa se enfrenta a estas perspectivas en una situación de evidente inestabilidad, con una UE mermada, entre otras causas, por la incertidumbre sobre la salida del Reino Unido y la caída del comercio y su repercusión en la industria alemana. Es precisamente este panorama el que aconseja y obliga a los gobiernos europeos, incluido el español que salga de las urnas el 28-A, a renunciar especialmente a los intereses políticos cortoplacistas y a actuar con visión de Estado y europeísta.