Arde la Amazonia. Como nunca antes. Y ante el cinismo del ultraderechista Jair Bolsonaro, presidente de Brasil. En estos meses, el país ha sufrido 72.843 focos de incendio, más de la mitad han afectado a la mayor selva tropical del mundo, un 83% más que en el mismo periodo de 2018. La causa directa del aumento de incendios es la también creciente deforestación. El fuego se utiliza para abrir pistas o despejar terreno para su uso agrícola pero, a menudo, la falta de previsión hace que se descontrole. El daño tiene consecuencias, literalmente, planetarias.

Con el gobierno de Bolsonaro la deforestación se ha incrementado en un 273%. Cada minuto desaparece una superficie de selva similar a un campo de fútbol. Aunque no se ha modificado el código forestal, las palabras del presidente a favor de la «explotación razonable» o la actitud de sus ministros claramente a favor de los madereros frente a los grupos indígenas ha envalentonado la expansión ilegal. Una relación causa-efecto similar al del envalentonado racismo bajo la presidencia de Trump. Bolsonaro no solo ha dado aliento al poderoso sector agropecuario brasileño, sino también a todo tipo de explotadores. La violencia se ha extendido por la zona. Hace un mes, un líder étnico fue asesinado en el estado de Amapá atacado por 50 buscadores de oro y piedras preciosas. Su muerte llevó a los obispos de Brasil a alertar sobre la creciente crisis social y ambiental y la violación de los derechos humanos fundamentales, y a clamar contra la «explotación desenfrenada». Bolsonaro ha culpado a las oenegés ambientalistas de la proliferación de los incendios. La acusación es absurda, más aún al no aportar ninguna prueba, pero también resulta preocupante, ya que criminaliza a los testigos incómodos de los desmanes.

Tener a un declarado negacionista de la crisis climática al mando de Brasil compromete el futuro de todos. La Amazonia, con una superficie de 5,5 millones de kilómetros cuadrados, es el pulmón del planeta y juega un papel clave en la regulación de los sistemas de monzones, además de representar una riqueza incalculable en biodiversidad y acoger alrededor de 400 grupos indígenas. Una protesta internacional ha llevado a Noruega y Alemania a detener las donaciones al fondo amazónico de Brasil. Aunque la acción ha provocado las burlas de Bolsonaro, es evidente que unas medidas más contundentes y globales deberán ser adoptadas para proteger un bien universal e imprescindible.