Las palabras más usadas por la industria cinematográfica en relación al año de la pandemia son catástrofe y convulsión. En pocos sectores se ha vivido con más crueldad una situación que tiene como mínimo dos aristas. Por un lado, la debacle de las salas con impresionantes descensos en recaudación y en número de espectadores. Y por otro, la irrupción de un nuevo sistema de negocio, basado en la preeminencia de las plataformas digitales, que plantea la práctica desaparición de las llamadas ventanas como modelo de explotación, es decir, el tiempo transcurrido entre el estreno en salas y la proyección en televisión o por las redes.

La primera problemática tiene aspectos coyunturales, pero depende también de la segunda, tanto en lo que se refiere a la capacidad de supervivencia de los exhibidores como al nuevo panorama que viviremos después de la pandemia, con grandes productoras y distribuidoras abocadas a los estrenos online. Este es el caso, por ejemplo, de Disney, que da prioridad a su propia plataforma en detrimento de los cines.

La falta de los blockbusters, las grandes producciones de nivel que atraen a un público mayoritario, puede ser (y de hecho ya lo ha sido) una carga difícil de soportar para las salas, también aquejadas por los cierres totales o temporales, por la reducción del horario y del aforo y por una cierta sensación de retraimiento del espectador a causa del miedo al contagio en espacios cerrados. Pero también afecta a otro tipo de producciones más pequeñas, las independientes o con propuestas artísticamente más arriesgadas, que ven peligrar el espacio que mantenían en la gran industria.

Los más optimistas creen ver un atisbo de esperanza en el próximo verano, con la expectativa de un retorno a la normalidad gracias a las vacunas y con el panorama de una proliferación de estrenos que hasta ahora se han ido posponiendo, desde grandes producciones, como las nuevas entregas de Matrix o Dune, hasta filmes españoles como los de Dani de la Torre o Daniel Monzón. En cuanto a los festivales, se impone un modelo híbrido (con citas presenciales y a través de plataformas, como en Sundance o en la Berlinale), mientras que en otros casos (Cannes) siguen manteniendo el anuncio de la continuidad de la fórmula tradicional. Esta temporada estará llena de interrogantes y representará un punto de inflexión decisivo en el futuro de la industria cinematográfica.