La primera comisión bilateral Gobierno-Generalitat en siete años ofreció una foto fija del momento de las relaciones entre el Ejecutivo de Pedro Sánchez y el Gobierno de la Generalitat catalana: más optimismo del lado del Gobierno central que del catalán y profundas divergencias en lo relativo al ‘procés’, desde el mismo concepto de un referéndum a la situación de los presos y los procesados por la justicia española que se encuentran en Europa. La ministra de Política Territorial y Función Pública, Meritxell Batet, anunció que se activarán todas las comisiones mixtas entre la Generalitat y el Gobierno que se prevén en el Estatuto de Autonomía para abordar cuestiones relativas a financiación, infraestructuras, inversiones, traspasos de competencias pendientes y los recursos de inconstitucionalidad de leyes catalanas.

Batet aseguró en rueda de prensa que el Gobierno de Pedro Sánchez tiene «un proyecto para Cataluña». El ‘conseller’ de Acción Exterior y Relaciones Institucionales, Ernest Maragall, negó que en la reunión Batet hubiera presentado ningún proyecto. Maragall hizo un balance muy negativo, como única nota positiva de la reunión destacó el hecho de que hay un calendario (diciembre del 2018) para el trabajo de las comisiones y subcomisiones acordadas. A partir de ahí, Maragall se mostró pesimista pero afirmó que la Generalitat trabajará en estas comisiones porque, según señaló, se centran en asuntos muy importantes para Cataluña.

En este hecho radica la única lectura optimista posible del encuentro. Gobierno y Generalitat chocan en todo lo referente al ‘procés’, pero tienen la intención de dialogar con responsabilidad institucional en los demás temas que incumben a la relación entre el Ejecutivo español y el catalán. El mero hecho de que el diálogo se articule en diferentes ámbitos y con un calendario es un paso adelante muy positivo para atemperar los ánimos. Significa el regreso de la Generalitat al ámbito político en su relación con el Ejecutivo central, y al mismo tiempo implica el abandono de la indiferencia, cuando no la hostilidad, que mostraba el Gobierno de Mariano Rajoy.

No cabe llamarse a engaño: en lo sustancial del conflicto político en Cataluña el diálogo entre los dos gobiernos solo ha mostrado hasta ahora que las diferencias son abismales. Pero el diálogo, aunque precario, existe y se articula. Y eso constituye en sí mismo una buena noticia para todos.