Los partidos independentistas (Junts per Catalunya, ERC y la CUP) lograron, aunando sus fuerzas, la mayoría absoluta en las elecciones del 21D, pero distan mucho de ser un bloque homogéneo. Al contrario, si ya antes de las elecciones hubo fuertes disputas sobre si concurrirían en una lista unitaria, y si durante la campaña JxCat y ERC lucharon para imponerse el uno al otro, ahora las dos formaciones están enfrascadas en un pulso por el poder. Una pugna en la que se mezclan cuestiones de calado político (¿cuál debe ser el camino a seguir por el independentismo después de que la vía unilateral acabara con la suspensión de la autonomía, perjuicios económicos y unos graves procesos judiciales); personales (¿quién será el próximo president de la Generalitat?), y legales (¿en qué situación quedan los diputados que están encausados, en la cárcel o huidos de la justicia?). Poner en funcionamiento las instituciones tras la crisis iniciada el 6 y e 7 de septiembre, volver a poner en marcha Cataluña, gobernar, en definitiva, no parece por el momento una prioridad del único bloque que puede formar gobierno.

Al contrario, las energías se pierden en debates de nombres, pleitos sobre sillas y ocurrencias de dudosa legalidad como la de una investidura telemática de Carles Puigdemont que alejan a las instituciones catalanas de lo que debería ser la prioridad de esta legislatura: reconstruir y reconciliar, empezar a zurcir los rotos que en la sociedad catalana generaron la vía unilateral, la aplicación del artículo 155 de la Constitución y los procesos judiciales abiertos.

En esta lucha interna del independentismo parece que todo vale, como la presión sin cuartel a ERC apelando a la emociones que tan buen resultado le dio a Puigdemont en la campaña electoral y la filtración interesada de información a los medios Por el camino, se van cayendo pesos pesados del independentismo (Artur Mas, Carles Mundó) y poco a poco se aboca a las instituciones y al país a un escenario ya conocido e indeseado: decisiones in extremis, tomadas por un reducido grupo de personas, que suelen ser saltos hacia adelante sin red. Y no es esto lo que necesita Cataluña, sino un Govern que se dedique a eso, a gobernar, y un president que lo dirija aplicando de forma legítima su programa pero pensando en el bien común. ¿Es mucho pedir?