Mientras la situación en Venezuela aparece enrocada entre dos facciones antagónicas que claman por la legitimidad de unas urnas que les dio la victoria, limpia o fraudulenta, y mientras la diplomacia internacional se divide en dos bloques también antagónicos, el Ejército aparece en estos momentos como la fuerza clave que puede decidir el futuro inmediato del mayor responsable, aunque no único, de la catastrófica situación económica del país, el incompetente Nicolás Maduro. Las Fuerzas Armadas no son un agente objetivo ni están por encima de las partes.

Maduro festejó con bríos que 19 de los 35 países del Consejo de Seguridad de la ONU se negaran a acompañar a Estados Unidos en su política contra Caracas. Pero la alegría debió durarle un suspiro. Desde Miami, el mismo sábado le llegó una noticia inesperada. El coronel José Luis Silva, quien como premio a su lealtad se desempeñaba desde el 2014 como agregado militar en Washington, decidía desconocer su autoridad presidencial y avalar el interinato de Juan Guaidó, quien mete más presión y ofrece una amnistía a los militares que den la espalda a Maduro.

Silva no hizo más que darle sostén a los rumores que se propagan en la capital venezolana sobre grietas e intensos debates en diversos estamentos del frente castrense, el principal apoyo de Maduro.

Los militares son parte del problema. Han sabido aprovechar la debilidad de quien ha sido presidente desde el 2013, tras la muerte de Hugo Chávez, para asegurar una larga serie de privilegios económicos, entre ellos el control de la primera empresa del país, Petróleos de Venezuela SA (aunque ello no implica que sean capaces de gestionarla), así como grandes intereses en otros sectores como la minería o la construcción.

En las presentes circunstancias puede resultarles más conveniente mantener a Maduro en el poder, pero el Ejército no es una entidad monolítica. La propia avidez de los altos mandos ha marcado una gran diferencia con los intermedios y con la tropa que tienen que lidiar diariamente con la carestía y la escasez como la mayoría de la gente. Los días de Maduro en el poder están contados y lo que se impone es una transición que debe ser pacífica en la que no debe haber lugar para el ruido de las armas.