La problemática de la maternidad juvenil precoz, que afecta especialmente a jóvenes de entre 14 y 17 años, pero que también se refiere a menores de 13, representa un porcentaje ínfimo en relación al total de nacimientos, pero deja traslucir una realidad preocupante que significa un trauma. La cifra se mantiene más o menos estable y este es un dato que preocupa a las autoridades sanitarias. A pesar de las iniciativas que llevan a cabo organismos oficiales, con actividades en centros educativos, lo cierto es que la falta de recursos es un lastre que repercute de manera específica en una parte de la ciudadanía, la que tiene menos recursos, que no puede acceder, por ejemplo, a métodos anticonceptivos que evitarían embarazos en una edad tan temprana. En este asunto conviene distinguir tres etapas. La de prevención, la de seguimiento durante el embaraxo y la de ayuda después del nacimiento. En las tres se dan distintas circunstancias, una de las cuales es la práctica desaparición del padre, la dejación de responsabilidad en un tema que, por supuesto, también les atañe. Organismos oficiales y oenegés se esfuerzan tanto en la parte asistencial como en la voluntad de proporcionar espacios de sociabilidad para las oadres que les sirvan de apoyo emocional y de recuperación de su autoestima en una edad crítica. Pero son necesarios muchos más esfuerzos para que estas jóvenes puedan diseñar razonables expectativas de futuro.