Primero en la periferia de París, donde el profesor Paty fue decapitado el 16 de octubre pasado cerca de su instituto. Después en la basílica de Notre-Dame de Niza, donde tres feligreses fueron asesinados el jueves de la semana pasada. Este lunes en Viena, en un atentado en cadena perpetrado por un joven de 20 años, con cuatro muertos y una veintena de heridos. «Es una lucha entre civilización y barbarie», ha afirmado el canciller austriaco, Sebastian Kurz, en una frase que resume esta secuencia de atentados.

Todos tienen en común que han sido cometidos por jóvenes. Es también el caso del de Viena: el atacante, que fue abatido por la policía, era de origen albanés y estaba en libertad provisional tras ser condenado por asociación terrorista (quería ir a Siria para unirse al Estado Islámico).

El ministro del Interior, Karl Nehammer, ha entonado el mea culpa y ha dicho que el Gobierno revisará el sistema de desradicalización de los jóvenes ligados al extremismo islamista. Sin embargo, como reconoció tras el atentado de Niza su homólogo francés, Gérald Darmanin, Europa libra una batalla «no contra una religión sino contra una ideología»: la barbarie islamista.

«Debemos comprender que, desgraciadamente habrá otros hechos como estos atentados absolutamente innobles», alertó. En esta lucha, todos los socios de la Unión Europea deben extremar la cooperación antiterrorista y deben hacerlo con los instrumentos del Estado de derecho. También sin alimentar amalgamas entre islam y terrorismo que, en palabras del canciller Kurz, buscan dividir a la ciudadanía y alimentar la espiral de odio: «Los austriacos frente a los migrantes», «los cristianos frente a los musulmanes».

Desde esta óptica, las democracias occidentales deben dejar de aplicar la doble vara de medir en sus relaciones con el complejo mundo árabe-musulmán. Hay que recordar que son las poblaciones de estos países, desde el Magreb a Indonesia, las primeras víctimas del terrorismo y, por extensión, de la barbarie islamista que alimentan algunos regímenes, tanto en materia de derechos humanos como de discriminación de las mujeres. Sí, las primeras víctimas del terrorismo islamista son los propios musulmanes. El lunes, en Kabul, se produjo un nuevo ejemplo de ello: tres hombres armados entraron a tiros en la universidad provocando una veintena de muertos en una acción reivindicada por la facción local del Estado Islámico. Hay que combatir la barbarie terroristas, de puertas adentro y de puertas afuera. A los peones del tablero, pero sobre todo a sus estrategas.