La caída de las acciones de GameStop, tras la vertiginosa subida experimentada en los últimos días por la acción coordinada de inversores minoristas estadounidenses conjurados contra los grandes fondos de Wall Street, podría resumir en qué queda este episodio en el que muchos han querido ver una reedición de David contra Goliat. El valor de los títulos de GameStop, una empresa de videojuegos con fuertes pérdidas económicas e incierto futuro, vuelve a la baja. La subida, tan artificial como efímera, se está desvaneciendo. Podría parecer que todo ya ha acabado, pero no es así, lo ocurrido ha dejado su huella y el debate no se ha cerrado. Aunque en la opinión pública haya despertado simpatía lo que se ha presentado como una batalla de pequeños contra gigantes, algunos expertos ponen en duda incluso este planteamiento inicial, y apuntan más bien que los usuarios del foro de la plataforma digital Reddit (donde se coordinaban los microinversores) fueron en cierto modo utilizados para que otros grandes sacaran ventaja. Sea como fuera, en el origen de todo este asunto se encuentran las llamadas operaciones en corto, un mecanismo en el que se toman prestadas las acciones de una compañía para venderlas, con la esperanza de que su precio baje y recomprarlas a un precio menor. Es decir, se especula con las pérdidas para obtener beneficios millonarios. Esto es lo que le estaba pasando a GameStop, hasta que los pequeños inversores lo contrarrestaron con una compra masiva, dándole la vuelta a la situación y haciendo que los fondos acabaran perdiendo dinero. Una pequeña derrota de las maniobras especulativas de los mercados financieros , pero que no llega de dónde debería llegar una regulación responsable del mercado. No deja de ser una alteración artificial del valor, una manipulación de la bolsa como la que pretendían combatir. Dejar abierta la posibilidad de esta extrema volatilidad puede que sea buena para algunos (muy pocos) beneficiados, pero no lo es ni mucho menos para el buen funcionamiento de los mercados, que requieren sobre todo estabilidad o cumplir intereses más allá de los especulativos, como -recordemos la crisis de las hipotecas de 2008- el de la vivienda. Para proteger a los inversores, y al conjunto de la economía, están los reguladores y unas normas básicas que cumplir.

En Estados Unidos, propenso a la autorregulación del mercado, el bloqueo de las cuentas de los pequeños inversores en el caso GameStop ha indignado a quienes, como la congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, denunciaban que se limite a unos mientras los hedge funds pueden operar a su antojo. La solución, quizá, debería ser velar más por unas reglas del juego más transparentes y equitativas, y no dejar que se imponga la ley de la selva.

En España sería difícil que se produjera un episodio similar, porque hay una normativa específica contra la manipulación de los mercados, que implica sanciones económicas e incluso penas de hasta cinco años de prisión. La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) no lo permitiría, pero tampoco existe una comunidad tan elevada de usuarios de foros de inversores como en Estados Unidos. En este sentido, la bolsa española está más protegida; otra cuestión es si no habría que replantearse el peso de la economía financiera frente a la productiva, y las consecuencias de que compañías con intereses únicamente especulativos tomen decisiones relevantes para la vida de las personas.