Las relaciones turbulentas entre la Federación Española de Futbol y la Liga, la entidad que congrega a los clubes de Primera y Segunda División, vienen de lejos y se resumen en una confrontación por dirigir la estructura, el desarrollo y los beneficios de las competiciones profesionales. Se trata, en fin, de un conflicto entre quien establece las normas, diseñando el marco deportivo, y quien organiza el negocio y comercializa los derechos de imagen. La guerra se ha recrudecido con la presidencia de Luis Rubiales, en una batalla personal con el polémico Javier Tebas. Los últimos episodios tienen relación con el convenio de coordinación que finaliza el 30 de junio y que no tiene visos de renovarse. Los intereses encontrados se cifran asimismo en los horarios de los partidos, que fija la Liga pero que se supeditan a nuevos criterios aprobados por la FEF (como no jugar los lunes), en el nuevo formato de la Copa, en el reparto de ganancias, el fútbol femenino o la posibilidad de disputar encuentros de la Liga fuera de España, algo que sí ocurre con la nueva Supercopa de enero en Qatar. El futbol español fluctúa entre estas dos aguas y no parece que, por el momento, bajen tranquilas, en un ambiente crispado en el que no deberían salir perdiendo los aficionados sometidos a horarios intempestivos y ni los clubes pequeños o medianos que ven como una amenaza los planes de reforma de las competiciones continentales.