Los devastadores incendios de Grecia (con casi 120 focos activos en todo el país) y con la tragedia de al menos 74 muertos en la costa nordeste de Atenas, más allá de lamentar el drama ajeno, nos ponen también sobre aviso en nuestro propio país, un territorio mediterráneo que ha vivido episodios dantescos en esta época del año con miles de hectáreas afectadas y hasta víctimas mortales. Los expertos llaman la atención últimamente sobre «la paradoja de la extinción» que se está produciendo ahora en todos los territorios. En los últimos ejercicios, se han «apagado llamas pero no incendios». Es decir, el antiguo mosaico de pasturas, cultivos y bosque ha derivado en una masa forestal continua que, gracias a la eficacia de las labores de extinción a menor escala, ha creado un peligro soterrado por cuanto la energía combustible sigue ahí, a la espera de un incendio de mayor calado. La diferencia entre los presupuestos destinados a la extinción y los que se dedican a la prevención es desproporcionada. Mientras tanto, el bosque en general sigue siendo un polvorín en todos los territorios, con el abandono del campo, la suciedad en el sotobosque creciente y la alta densidad de las arboledas, sin contar con la construcción de urbanizaciones. Una gestión forestal sostenible es más imprescindible que nunca. Hay que evitar la tragedia antes de que sea tarde.