El grado de irresponsabilidad e incompetencia demostrado por la Comunidad de Madrid en la gestión de la pandemia del coronavirus ha arrastrado al Ministerio de Sanidad a establecer una serie de criterios para aplicar serias restricciones de movilidad en la capital y nueve municipios madrileños más, que han sido aprobadas por el Consejo Interterritorial de Salud con un apoyo desigual entre las distintas comunidades.

Esas normas no afectarán a otras localidades españolas de más 100.000 habitantes salvo que los contagios y la ocupación de camas hospitalarias se disparen a los niveles de Madrid. No debería ser necesario que eso ocurra, porque en otras comunidades, incluso algunas gobernadas por el PP, se está reaccionando con mayor celeridad y eficacia. Aunque las pautas dictadas por Sanidad fueron pactadas con el Gobierno madrileño, la presidenta Díaz Ayuso tardó solo 24 horas en romper el acuerdo, que finalmente se le habrá impuesto; quizá lo que en realidad buscaba. El encuentro de Pedro Sánchez con la presidenta madrileña no ha disimulado el enfrentamiento entre ambas administraciones. Solo sirvió para dejar que siguiera corriendo el reloj y que durante diez días se siguiera sin reaccionar, dejando que el contagio se siguiera extendiendo entre miles de madrileños.

Factores como la contumacia del Gobierno de Ayuso están despertando tentaciones recentralizadoras.

Pero lo sucedido en Madrid tiene menos que ver con disfunciones del sistema autonómico, que la crisis sanitaria ciertamente ha puesto en evidencia, que con la actitud hostil contra el Gobierno de Sánchez. La polarización ideológica que el PP de Madrid -respaldado por el líder nacional, Pablo Casado- ha introducido en las relaciones entre la comunidad y el Ejecutivo central trasladan a la ciudadanía una imagen de desorden, descoordinación y caos que no se corresponde con la realidad de otras autonomías.

Ni siquiera las del mismo color político que Madrid, como Castilla y León.

La actuación de la presidenta madrileña responde a la estrategia de confrontación con el Gobierno y de bloqueo de las instituciones adoptada por Casado. La insensatez y el empecinamiento de Ayuso y su continuidad al frente de la autonomía madrileña no podrían entenderse si no contara con el apoyo de su jefe de filas. Ambos parecen priorizar el desgaste del Ejecutivo de Sánchez a la salud de los ciudadanos.

El mismo error que cometieron durante el estado de alarma y que deberían corregir.