La UE se encamina hacia un otoño inquietante a causa de las señales de estancamiento de la economía, agravadas por el imprevisible desenlace del brexit, el no menos imprevisible comportamiento de Donald Trump a un año de la elección presidencial, la competencia de China, la presión de Rusia y el ascenso de la extrema derecha en las cuatro esquinas de Europa. Aun así, hay buenas noticias: la crisis del brexit ha tenido un momentáneo efecto cohesionador de los Veintisiete; el Parlamento británico ha frenado de momento la carrera hacia el vacío de Johnson, e Italia se ha reintegrado al grupo de países que pueden tirar de la Unión en lugar de sabotearla desde su interior. La presión ultra sobre los gobiernos conservadores, la crisis de identidad de la socialdemocracia y que la nueva Comisión, presidida por Ursula von der Leyden, esté aún en periodo de rodaje, complican el panorama, aunque en el Parlamento Europeo se haya consolidado una mayoría con el concurso de las dos grandes familias políticas europeas, más el grupo liberal y quizá los verdes. Esa complicidad entre las fuerzas que históricamente forjaron la Europa unida es una condición necesaria, aunque no suficiente, porque hace falta que Alemania transija en relajar las políticas de austeridad ante la amenaza de una recesión que, de darse, agravaría las desigualdades que explican en parte el éxito de los populismos entre quienes se sienten abandonados a su suerte.