Todo indica que tras las elecciones generales del 28-A será necesario algún tipo de pacto poselectoral entre dos o más fuerzas políticas. El preferido por los votantes, entre el PSOE y Podemos, podría no contar con la mayoría necesaria. Y la suma con los nacionalistas e independentistas no logra el mismo nivel de apoyo. A los electores les gustan otros pactos que consideran naturales, como el que podría hacer, si lograran una mayoría suficiente, PP y Ciudadanos, o los de Rivera con el PSOE, que en este caso sí que podrían sumar según el último sondeo del Gesop. Los acuerdos con la extrema derecha desagradan a los votantes de sus potenciales socios pero también la presencia de los partidos independentistas despierta hoy un ola de rechazo casi general. Si el escenario queda tan abierto no se puede descartar una repetición de los comicios o empezar a ensayar fórmulas que no pasen por el voto a favor del candidato propuesto sino por un juego cruzado de abstenciones.

La campaña no ayuda mucho a facilitar los pactos posteriores. El PSOE de Pedro Sánchez trata de transitarla sin cerrarse ninguna puerta, excepto el «no es no» a los independentistas, pero tanto un pacto con Podemos como con Ciudadanos entrarían dentro de las previsiones de quienes les votan. Los de Pablo Iglesias también se muestran abiertos al acuerdo y no hacen ascos a repetir una fórmula como la de la moción de censura contra Rajoy. En cambio, quien ha cerrado inexplicablemente su campo ha sido la dirección de Ciudadanos, lanzándose a una oferta permanente de acuerdo con el PP e ignorando que la aritmética le obligaría en el mejor de los casos a poner a Vox en la ecuación. De igual manera, Pablo Casado ha dado por hecho desde el primer día un pacto de las tres derechas que no hace otra cosa que dar alas a la formación de Santiago Abascal al dar a entender que el voto a uno u otro partido no alterará el resultado final.

La democracia española no tiene una larga tradición pactista. El bipartidismo se abrió, cuando lo necesitó, a nacionalistas catalanes y vascos. Zapatero logró apoyos gratis tras el 11-M, pero siempre gobernó en minoría. Y Rajoy convirtió su segunda investidura en un calvario que no fraguó ningún acuerdo estable. Los electores son soberanos y los partidos han de ser responsables. O consiguen un pacto estable, alejado de maximalismos, o van a lograr que al final la antipolítica se apodere de la Moncloa.