La cultura nunca ha sido un ámbito de gran estabilidad laboral ni económica. Unos pocos creadores, cuando alcanzan la gloria, pueden llegar a multimillonarios. Pero hace falta una masa crítica suficiente para estimular el talento y aspirar a generar esos genios. La España democrática intentó generar ese tejido cultural tras el franquismo. Nunca llegó a los niveles de la Europa más avanzada. Escritores, músicos o pintores alcanzaron una precaria estabilidad: basada en la venta de derechos de autor, colaboraciones en los medios y participación en actividades formativas de una incipiente red cultural que crearon ayuntamientos, diputaciones y las denostadas cajas de ahorro. La crisis se ha llevado por delante esa red tan precaria. Los medios han reducido sus presupuestos de colaboración acuciados por la presión de la gratuidad de los contenidos.

A los creadores culturales les cuesta llegar a final de mes y eso pone en peligro la regeneración del talento, el surgimiento de grandes obras y la calidad de nuestra sociedad. El entorno digital tampoco ayuda. El cobro de los derechos de autor es cada vez más una quimera y los usuarios no parecen concienciados con este drama. Todo indica que si no hay un cambio de tendencia, algunos de los que ahora malviven de la creación cultural dejarán de hacerlo. Ciudadanos e instituciones deben decidir si se pueden permitir este empobrecimiento.