El mercado de la vivienda de alquiler está llegando a unos límites insostenibles, con situaciones ciertamente rocambolescas, que serían la excusa para una novela picaresca si no fuera que esconden la tragedia de muchas familias. La aparición de una auténtica selva inmobiliaria que nos informa de cómo la burbuja inversora vuelve a tener la vivienda como objetivo. Bien a través de fondos de inversiones o como solución rápida para obtener una alta rentabilidad, se ponen en venta pisos con bicho, es decir con alguien que vive en ellos, en una deriva del llamado capitalismo rentista que no atiende a problemáticas sociales sino que solamente contempla la vivienda como un método de enriquecimiento sin entrañas. Este mismo panorama se convierte en surrealista cuando entramos en el mundo de los pisos ocupados. Personas que no tienen la posibilidad de acceder a un alquiler razonable, se ofrecen a vivir en un piso para protegerlo de hipotéticas ocupaciones o buscan oportunidades de ocupación que muchas veces están gestionadas por mafias, en un submercado que se aprovecha de los abusos inmobiliarios. Por otra parte, proliferan las empresas que prometen desocupar viviendas, inversores que compran incluso con este gravamen social o sociedades que especulan con los activos de la Sareb, el banco malo, en un afán de invertir con rentabilidades altas y baja fiscalidad.