Todo lo relacionado con el brexit se sale de las convenciones políticas desde que ahora hace tres años fueron mayoría los ciudadanos del Reino Unido que optaron en referéndum por salir de la Unión Europea. Desde el resultado mismo de la consulta, que sorprendió a todo el mundo, empezando por David Cameron, el primer ministro que la convocó, hasta la pelea de Boris Johnson con su novia, que puede cegarle el camino para sustituir a Theresa May al frente del Gobierno, la sucesión de despropósitos ha atrapado al brexit en un laberinto del que no se ve la salida. O, peor aún, crece el temor de que la salida sea un portazo, ahonde la división de la sociedad británica y obligue a la economía de las islas a afrontar un desafío preñado de malos presagios. La incapacidad de May para imponerse a la pugna por el poder en el seno del Partido Conservador ha llevado al momento actual, en el que las diferentes familias tories pretenden abrir de nuevo el melón de los términos del divorcio. Algo que Bruselas descarta por completo habida cuenta del compromiso suscrito por la premier el 2018 y que hace temer un desenlace a las bravas, jaleado por la Casa Blanca y muy costoso para todos los implicados, atrapados en el caos. Porque sea Boris Johnson o sea Jeremy Hunt quien finalmente se ponga al frente de las operaciones, se antoja muy difícil que el próximo Gobierno conservador se acoja al realismo y abrace la cultura del pacto para llegar al 31 de octubre sin causar daños irreparables.