La Unión Europea afronta el curso político con tres grandes retos: aprobar el presupuesto del próximo año, aunar criterios sobre la gestión sanitaria de la pandemia y sus efectos económicos y sociales, y concretar con el Reino Unido cómo se producirá el brexit. La situación provocada por el covid-19 obliga a pensar que los tres apartados están relacionados y de la unidad de acción de los Veintisiete y del espíritu de cooperación entre los estados depende que el 2021 sea de verdad un año de reconstrucción, incluso si se cumplen los vaticinios relativos al rebrote de contagios.

Consolidado el punto de partida para la elaboración de los presupuestos, el marco financiero plurianual 2021-2027 -1,82 billones de euros-, la discusión de las cuentas del próximo ejercicio estará condicionada por la progresiva concesión de subvenciones y préstamos procedentes del fondo de recuperación de 750.000 millones. Lo que obliga a los estados a presentar planes específicos y concretos que deberán consignarse en los presupuestos nacionales y deberán pasar el filtro de Bruselas. La discusión que se avecina no será fácil ni en el Consejo Europeo ni entre este y el Parlamento, pero no puede dilatarse si se quieren atacar con prontitud los efectos derivados de la hibernación de las economías, primero, y de una reactivación desigual, después.

Las decisiones adoptadas por Bruselas para corregir la devastación causada por la pandemia van en la dirección adecuada, y ese dinamismo será positivo que no decaiga para afrontar en cada Estado la lucha contra la enfermedad y contra la crisis social. Pero la disparidad de medidas de orden sanitario aplicadas lo es todo menos eficaz y daña la unidad de los socios, que deben entenderse. Algo que será necesario en muchos momento durante el 2021, por ejemplo para distribuir la vacuna, y lo es ahora para evitar situaciones como la de Hungría con el cierre de fronteras, medida que atenta de facto contra el tratado de Schengen.

Igualmente injustificable es la premiosidad con la que el Reino Unido negocia su salida de la UE. Pero ante la perspectiva de una ruptura sin acuerdo, Bruselas debe establecer los términos del divorcio y prever las consecuencias de una separación a las bravas. La obstinación del primer ministro británico, Boris Johnson, de ejecutar el brexit el último día del año sin prórroga posible, sea cual sea el estado de la negociación, plantea un gran desafío, pero no puede interferir más de lo que ya lo hace en la dinámica europea de disponer de planes concretos para superar una crisis de dimensiones desconocidas.