La trama rusa sigue sobrevolando la Casa Blanca. Ahora ya es guerra abierta entre el presidente Trump y el FBI por las investigaciones sobre una posible colusión. Al actual presidente siempre le han molestado las indagaciones de agencias oficiales sobre su persona o sobre su entorno, en particular si se referían a conexiones con Rusia. Nada más ser elegido despidió a James Comey, el director de la agencia federal, que estaba investigando aquella trama. Ahora, su sucesor Christopher Wray, está en la cuerda floja. En esta labor de zapa de la credibilidad de las agencias de investigación y seguridad, Trump tiene todo el apoyo del Partido Republicano que tras meses de titubeos ahora aparece como un bloque compacto compartiendo el populismo del presidente como se demostró durante el reciente discurso sobre el estado de la Unión. En esta fase de la guerra, las batallas se libran mediante todas las triquiñuelas y argucias con las que se confunden verdades y mentiras. El recuerdo de cuanto ocurrió con el Watergate resulta inevitable. Ahora, como entonces, desde la presidencia se ha puesto en marcha una maquinaria de desinformación en la que congresistas electos como Devin Nunes -polémico presidente del comité de inteligencia de la Cámara de Representantes y responsable del documento que está en el punto de mira-, juegan a confundir la realidad apropiándose del derecho del pueblo a saber. A saber, sí. Pero a saber la verdad. No una burda patraña para salvar al presidente.