El insólito rosario de cambios en la Administración del presidente de Estados Unidos Donald Trump desde que llegó a la Casa Blanca revela a un tiempo la frivolidad e inconsistencia de muchos de sus nombramientos y también la determinación presidencial de aplicar, cueste lo que cueste, la versión más radical y extrema del programa que lo llevó al poder. La dimisión de Kirstjen Nielsen, secretaria de Seguridad Interior y primera responsable de aplicar la política migratoria de la administración Trump, es el último episodio del reajuste permanente del Gobierno, cuyo objetivo exclusivo es transmitir la imagen de dureza que tanto se ha asociado a Trump, aunque ello suponga consagrar la improvisación y la desorganización y dar alas a los críticos.

Al presidente le llenan de frustración las trabas que la ley impone al control de la inmigración y no acepta que asomen las dudas en su entorno ni que se discutan los atajos para imponer su criterio, cuya última entrega es la ocurrencia de mandar a los inmigrantes que él llama ilegales a ciudades que están gobernadas por los demócratas.

El objetivo es ir en «una dirección más dura» en materia migratoria, según explicó el propio Trump. El factor electoralista tampoco lo oculta y esta misma semana, en un encuentro con donantes republicanos en Texas, reconocía que cree que «la frontera va a ser un tema increíble» en la campaña para las presidenciales del 2020. Las promesas incumplidas de construir un muro en toda la frontera con México y la demonización y criminalización de los inmigrantes en su xenófobo discurso como candidato fueron clave para que Trump llegara a la Casa Blanca. Sus esfuerzos, hasta ahora, no han dado resultados y no solo no se ha frenado la llegada de inmigrantes sino que la situación se agrava.

A diez meses de que empiece la campaña de las primarias, con varios precandidatos demócratas de perfil progresista, entienden los estrategas que la fractura social llevará a Donald Trump a resaltar su perfil más agresivo con el fin de fijar al grueso del electorado que en el 2016 lo votó por ser justamente la voz de un nacionalismo blanco y excluyente, defraudado con la salida de la crisis y del todo hostil al significado que tuvo la presidencia de Barack Obama.