No debe de gustarle demasiado al ‘president’ de la Generalitat, Quim Torra, escuchar cómo los Comités de Defensa de la República (CDR), a los que incita a «apretar» en las calles, le plantean la disyuntiva: o dimisión o República. Tras un fin de semana y una jornada de conmemoración del 1-O marcados por la violencia, Torra se plantó en el Parlament con escaso ánimo de autocrítica (calificó la violencia de «hechos aislados» cometida por una minoría no representativa) y en cambio mucha beligerancia retórica contra el Gobierno. Torra desenterró un instrumento, el de los ultimátums, que el independentismo parecía haber enterrado: retó a Pedro Sánchez a aceptar un referéndum de autodeterminación antes de noviembre si no quiere que el independentismo le retire su apoyo en el Congreso. Una amenaza, por cierto, proferida por un presidente de la Generalitat que no milita en ninguno de los partidos independentistas, ERC y PDECat, con representación en las Cortes españolas.¡

De cumplir su ultimátum, Torra rompería el diálogo abierto entre los dos gobiernos y dejaría escapar los frutos que hasta ahora la negociación ha dado, por ejemplo en el ámbito de la financiación. Pero estos asuntos no son prioritarios para Torra, que desdeña como autonomismo el acto de gobernar. Sin estrategia clara, profundamente dividido, y preocupado por la mala imagen que da la violencia que se ha visto estos días, el independentismo vive al día, con noviembre como nueva fecha marcada en rojo en el calendario, pues es por entonces cuando se prevé que el proceso judicial contra los líderes políticos y sociales llegue a su fin. Fiel a su estilo, sin concretar pero con muchos fuegos artificiales retóricos, Torra anunció que una hipotética condena legitimaría «la aplicación del derecho de autodeterminación». No aclaró qué significa esta afirmación, tal vez así contenta a los CDR, pero irresponsabilidad y retórica incendiaria no es lo que necesita Cataluña.

Más claro fue Torra cuando dijo, en referencia al Gobierno: «No quiero volver a oír hablar de diálogo si no se ejerce y no se concreta con claridad». La portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, le respondió con esa claridad que demandaba: autogobierno y no independencia, ley y diálogo. Asediado por PP y Cs y la retórica de Torra, el Gobierno insiste en mantenerse en la posición más responsable: «Entre el salto al vacío y el 155 perpetuo está la convivencia».