La victoria el domingo de Jair Bolsonaro (46,3% de los votos) ha desbordado todas las previsiones demoscópicas y coloca a Brasil a un paso de tener por primera vez un presidente de extrema derecha llegado a la poltrona a través de las urnas y no de un golpe de mano del generalato. Aunque en la segunda vuelta del día 28 tendrá Fernando Haddad (28,8% de los sufragios) la posibilidad de revertir la situación, la distancia que ahora mismo lo separa del ganador hace muy difícil la empresa del candidato del Partido de los Trabajadores, privado de presentar a Lula da Silva. Sus posibilidades serán muy escasas incluso en el hipotético caso de que se decante por Haddad la mayoría de los votantes de los candidatos que han quedado fuera de la segunda vuelta.

El hartazgo de una sociedad sumida en la crisis a causa de la ineficacia de los políticos, la corrupción rampante, la inseguridad en la calle y el estancamiento económico ha sido más decisivo que la supuesta impopularidad de Bolsonaro en muchos ambientes. Los grandes medios de comunicación, casi todos partidarios del exmilitar, el dinamismo de las muy conservadoras iglesias evangélicas emergentes y el conglomerado empresarial y financiero han hecho el resto. Y el electorado del gigante de América Latina ha soslayado las reservas morales que pudiera tener y ha apostado por romper con las convenciones y ponerse en manos de un clon o primo hermano ideológico de Trump.

Después de la elección de Sebastián Piñera en Chile y de Iván Duque en Colombia, el triunfo de Jair Bolsonaro certifica el cambio de ciclo político en Sudamérica y el debilitamiento de la izquierda, víctima de sus propios errores, de su propensión a ejercitarse en los mismos vicios que denunció cuando estaba en la oposición. Ni siquiera el recuerdo de los ominosos años de la dictadura militar, que ha sido jaleada por el vencedor, ha servido para neutralizar el auge del aspirante ultra. El descontento, la desafección, las desigualdades siempre en aumento han sido determinantes en la configuración de un resultado que es tanto de apoyo a Bolsonaro como de impugnación del ‘establishment’ político de las tres últimas décadas, promotor de una descabellada secuencia de acontecimientos que han desprestigiado el régimen democrático y han sido el caldo de cultivo ideal para alimentar un populismo estridente y sin compromisos éticos.