Francia se mantiene como objetivo preferente del yihadismo en Europa al cumplirse cinco años del atentado contra la sala Bataclan de París. El país reúne tres condiciones esenciales para que subsista la amenaza y no se logre cortar el goteo de víctimas: una importante comunidad musulmana -más de seis millones- donde pasa desapercibida una minoría extremadamente agresiva, el choque entre la tradición laica republicana y las proclamas islamistas y una grave crisis social en los barrios de las grandes ciudades con gran presencia de la inmigración. Ni el debilitamiento de Al Qaeda ni la derrota del Estado Islámico en Siria e Irak han acallado el desafío de los partidarios de la acción directa, favorecidos por la islamofobia alentada por la extrema derecha. Con más o menos intensidad, la situación es parecida en el resto de Europa Occidental, donde con características que varían de un lugar a otro se repiten los mismos ingredientes propicios para dar alas al islamismo radical. Subsiste en todos ellos un profundo desapego con el entorno en una parte no pequeña de las sociedades musulmanas, y una incapacidad manifiesta de las instituciones para dar con puntos de encuentro que relajen la tensión.