Los líderes políticos deberían revisar a fondo sus tics electorales. Con el pretexto de convocar a los fieles a sus mítines --aforos a medida para evitar pinchazos--, recorren España con el único fin de cruzarse reproches a través de los informativos de televisión. El último día, además, celebran un acto en horario de prime time televisivo y otro a medianoche, pese a que ya solo las cadenas públicas --presupuesto obliga-- les prestan atención. Erre que erre, anoche José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy echaron el cierre con los mismos mensajes que 15 días atrás: voten al PSOE para castigar la agresividad de la derecha, clamó uno; voten al PP para erradicar las cesiones a ETA, se repitió el otro. Con o sin mítines, ambos parecen empeñados en someter mañana a examen los últimos tres años de crispación política.

El objetivo final

Conviene recordar, en este punto, qué es lo que verdaderamente está en juego en estas elecciones: la designación de 8.111 alcaldes y otros 57.236 concejales; de 812 diputados en 13 comunidades autónomas, más otros 50 en Ceuta y Melilla; y de otros 3.000 cargos entre diputados provinciales, junteros y representantes en cabildos y consejos insulares o comarcales. Casi 70.000 elegidos para gestionar 300.000 millones de euros, la mitad del gasto público de España.

Conviene recordarlo, insistamos en ello, porque las grandes estructuras de los partidos a menudo parecen olvidarlo. Replican los jefes de campaña que no es verdad, que tanto Zapatero como Rajoy abordan a diario asuntos como la seguridad, el urbanismo, la inmigración o la vivienda. Cierto, pero siempre reservando los ataques al oponente para los mensajes televisados, los que llegan a los hogares.

Los mítines de anoche no fueron una excepción. Exactamente a las 20.38 horas, como si lo hubieran acordado por teléfono, Zapatero y Rajoy subieron a escena, uno en León y el otro en Toledo. El líder socialista no tardó demasiado en ir al grano, anticipando el mensaje fuerza que horas más tarde iba a lanzar en el acto final de Madrid: "Los españoles deben elegir el domingo entre el hoy y el ayer, entre el progreso y el retroceso, entre la convivencia y la crispación. Por eso pido un voto mayoritario para el PSOE. Porque los españoles no admiten que se les distinga entre decentes y no decentes, no aceptan la crispación".

Presumiendo de su gestión al frente del Gobierno, desde la ampliación de derechos sociales hasta la consolidación del crecimiento económico, Zapatero volvió a llamar a quienes le llevaron a la Moncloa en el 2004 para que vuelvan a confiar en él, en lugar de quedarse en casa. El temor a la abstención, singulamente entre el electorado progresista, dictaba sus palabras.

El voto del miedo

Y, para combatir la desmovilización de la izquierda, Zapatero volvió a apelar al voto del miedo. El miedo a la derecha que mintió para no perder el poder tras el 11-M y que en estos tres años, vino a decir, ha mentido para recobrarlo. A quienes "gritan España" en lugar de defenderla. Al partido que llevó a España a la cumbre de las Azores para legitimar la guerra de Irak. A Rajoy, "profeta del pesimismo". A unos políticos que, dijo, aún no han encajado la derrota del 2004. "Será muy bueno para la democracia que el domingo los ciudadanos le digan al PP que aún tiene que aprender a perder, a aceptar democráticamente y con elegancia el resultado de las urnas que dictan los españoles".

Tanto Zapatero como Rajoy, que con pertinacia niegan haber planteado esta contienda como unas primarias de las generales, vaticinaron anoche su seguro triunfo en la inminente carrera hacia la Moncloa. Las elecciones territoriales, una vez más al servicio de los líderes nacionales.

Si algún interés ha tenido Rajoy en esta campaña ha sido el de combatir la imagen de rudeza que, unas veces por presiones internas y otras por convicción personal, se ha fabricado a lo largo de esta accidentada legislatura. Fiel a sus principios --al menos, a los que siempre practicó hasta que, tras la debacle del 2004, fue aupado a la presidencia del PP--, el líder popular se define a sí mismo como un político liberal y moderado, perfil que en campaña se ha acentuado al comparar su tono con el de las iracundas intervenciones de Aznar. Lástima que con ellas el expresidente le robara focos y desdibujara su estrategia.

Como colofón a esta operación de imagen, Rajoy se comprometió ayer a impulsar un "cambio tranquilo" en España. Palabras que tienen algo de fetiche, porque es el eslogan de Zapatero en vísperas de las elecciones que le llevaron a la Moncloa.

Plebiscito popular

Lo que no quita para que Rajoy insistiera ayer, primero en Toledo y luego en Madrid, en convertir estos comicios en una suerte de plebiscito con una disyuntiva endemoniada por exenta de matices: la negociación con ETA, encarnada por el PSOE, o la derrota de los terroristas, abanderada por los populares. Dilema que se puede volver en su contra si las urnas propinan un varapalo al PP, porque nunca más podrá decir que los españoles no aceptan que el Gobierno hable con ETA.

"Con el PP no habría un Gobierno que negociara con los terroristas. No se negocia con ellos, se les derrota. Con el PP De Juana estaría en la cárcel. Con el PP Arnaldo Otegi sería juzgado, como cualquiera que comete un delito. Con el PP Batasuna no estaría en las elecciones, porque los terroristas no pueden ir en las listas". Basten estas frases recogidas a vuela pluma para sintetizar el programa con que Rajoy, sin ser candidato, concurre a estas elecciones.