La tradición manda. Como si alguien distinguiera aún entre el inicio oficial de la campaña electoral y una precampaña que, como tarde, arrancó el pasado verano, ayer los candidatos congregaron a sus fieles a medianoche para cumplir el ritual de pedir el voto desde el primer minuto en que la ley lo permite. En su carrera hacia la Moncloa, al socialista José Luis Rodríguez Zapatero y al popular Mariano Rajoy les esperan dos semanas de esprint final, pero con dos obstáculos a salvar: los debates televisados. Zapatero y Rajoy afrontan los cara a cara con objetivos dispares: el primero, como un medio para conjurar la abstención, que según los sondeos del PSOE se sigue cebando con el voto de izquierdas; el segundo, como una oportunidad para dulcificar su agresiva imagen de estos cuatro años, que los socialistas van a explotar. Para bien o para mal, el voto del miedo inclinará la balanza del 9-M.

Arranca así una campaña de incierto desenlace, según corrobora el Barómetro de España elaborado para los diarios del Grupo Zeta por el Gabinete de Estudios Sociales y Opinión Pública (GESOP). Si las elecciones se celebrasen ahora, Zapatero se impondría con una ventaja de 3,5 puntos sobre Rajoy. Un triunfo, eso sí, sumamente ajustado, casi agónico: el PSOE oscilaría entre los 159 diputados y los 164 que obtuvo hace cuatro años, mientras que el PP ganaría entre cinco y nueve escaños, hasta un tope de 157. Lógico, pues, que el fantasma del empate técnico --el margen de error de la muestra es del 2,5%, y en varias provincias el último escaño depende de pocos votos-- atemorice a los estrategas socialistas y espolee, por contra, a los conservadores.

Más peso de las minorías

La bipolarización del voto entre los dos grandes partidos provocará, por lo demás, una llamativa paradoja: aunque en su conjunto los grupos minoritarios pierden representación en el Congreso, la aritmética parlamentaria les otorga más peso político, al ser sus votos decisivos para la investidura. CiU retrocede dos décimas, a riesgo de perder su décimo diputado; ERC deberá conformarse con un máximo de seis escaños, dos menos que en esta legislatura; el PNV puede perder uno de sus siete parlamentarios; y entre cuatro y seis suman IU e ICV. Esta encuesta aporta otro dato revelador: que la afluencia a las urnas puede bascular entre el 65% y el 70% --al menos siete puntos por debajo de la registrada en el 2004-- sin que esa mayor abstención conlleve una derrota del PSOE.

No son tan halagüeños, sin embargo, los cálculos del PSOE, que ya echa cuentas: una participación del 75% le brindaría una holgada mayoría; si esta rondase el 70% su victoria estaría en el alero; y, por debajo, Zapatero saldría de la Moncloa.

Por eso en el PSOE no las tienen todas consigo. Que todos los sondeos pronostiquen un pírrico triunfo socialista no es consuelo para Zapatero, que aspira a ampliar la mayoría del 2004. Para movilizar a ese segmento del electorado de la izquierda aún sumido en la indecisión, el presidente del Gobierno se encomienda sobre todo a los debates televisados con Rajoy, que se emitirán los dos próximos lunes. Llega Zapatero a los cara a cara con ganas de ajustar cuentas con Rajoy. Amén de exhibir los logros de su Gobierno, y singularmente la robustez del motor económico español a pesar de sus recientes síntomas de fatiga, el líder socialista aprovechará la millonaria audiencia de los debates para presentar a su rival como un radical que ha sembrado la crispación y la división. También lo describirá como un inepto como gobernante.

Zapatero ha recabado información sobre la tarea que durante ocho años desarrolló Rajoy al frente de los ministerios de Administraciones Públicas (congelación del sueldo de los funcionarios); Educación y Cultura (la disminución de las becas); e Interior (la reducción de las plantillas policiales y la discutida gestión de la inmigración). Rajoy, en cambio, se propone rehuir la confrontación. Sus asesores le aconsejan que, para combatir el miedo a la derecha que alienta el PSOE, mantenga un perfil institucional, lejos de la bronca.