Aunque ayer por la noche todavía se estaba celebrando el último debate a siete (que tampoco parecía ir a movilizar grandes audiencias), la campaña está literalmente acabada. Como respondiendo a tal señal, los dos principales candidatos comparecieron ante los medios para hacer balance. También hubo mítines, claro. José Luis Rodríguez Zapatero, rodeado de sus intelectuales en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, hizo un canto a la formación, la investigación, la creación... y la libertad. En ese momento, la personalidad política del secretario general del PSOE se convertía en una opción electoral en sí misma, por encima del propio Partido Socialista. Rajoy, a su vez, anduvo por Cataluña, se dejó entrevistar en TVE y reiteró sus consabidos argumentos: la economía, el terrorismo... y la niña.

Estamos tan saturados que solo cabe entretenernos de aquí al día 9 diseccionando los significados de la campaña. Que de todas formas ha sido rectilínea y previsible, y ha estado pilotada por los dos grandes jefes y sus estados mayores con una ciega determinación. El ejemplo más claro está en la niña de Rajoy, a la que este ha seguido dando y dando cancha como para demostrar a España y al mundo que a él no lo echan para atrás ni sus amigos (los que le han sugerido que igual se estaba pasando de cursi).

Es evidente que Rajoy, el PP, los obispos y ese omnipresente círculo mediático de la derecha venían lanzados desde atrás y en ese plan es muy difícil torcer la singladura trazada. Cuando se apela a los mismísimos tuétanos de la ciudadanía y cuando no se está dispuesto a rectificar un milímetro (ni siquiera en relación con Irak o el 11-M), la única alternativa es empujar recto hacia adelante, y sea lo que los dioses quieran. Es probable, aunque no seguro, que semejante procedimiento haya causado más daño que provecho y que, al final, tanto Rouco Varela, tanta manifestación contra los avances en materia de derechos individuales y tanta soberbia acaben movilizando a los votantes progresistas a favor de Zapatero.

Cada cual, en lo suyo

Una movilización electoral que, por supuesto, es lo que espera el líder socialista. Zapatero aprovechó el día de ayer para advertir que la cosa no está hecha, que la partida no está ganada y que Rajoy es un hueso duro de roer. El actual presidente ha venido renunciando en esta campaña (como antes lo hizo en el Congreso de los Diputados) a discutir de forma concreta todo lo que el Partido Popular le iba tirando a la cara. Ha preferido mantener (con matices) su discurso de demócrata radical y amigo del pueblo .

Los dos candidatos han manejado cifras y datos con enorme ligereza (sobre todo Rajoy, que sigue hablando de aumento del paro cuando en España trabajan casi tres millones de personas más que en el 2004, o que plantea el tema del agua haciendo abstracción de la situación real y aferrándose a los más frívolos y acientíficos lugares comunes). La fiereza del enfrentamiento habido estos últimos cuatro años ha pasado por encima de todo, de la sensatez, de la verdad y, si por algunos fuera, del propio sistema democrático.

En este guirigay, Rajoy mantiene una ventaja esencial: representa una marca política que agrupa a toda la derecha española. En su espacio ideológico no compite con nadie. Zapatero, sin embargo, debe dirigirse a votantes más díscolos y que tienen otras opciones distintas del PSOE. La izquierda suele ser más diversa, menos disciplinada, más volátil. ¿Acaso no vemos cómo en Estados Unidos los republicanos ya están formando detrás de McCain (y eso que a algunos no les convence demasiado) mientras los demócratas aún se debaten entre Clinton y Obama? ¿Acaso también no suenan las alarmas entre los liberales norteamericanos (o sea, la izquierda) al comprobar que esa durísima pugna entre sus dos figuras les habrá dejado exhaustos a la hora de la verdad, cuando deban enfrentarse a la derecha republicana?