El PSOE se quedó ayer peor de lo que estaba, con 120 diputados frente a los 123 de abril, con un Congreso aún más difícil de gestionar que el de entonces, con más siglas, donde la ultraderecha es tercera fuerza y el socio «preferente» de los socialistas, Unidas Podemos, ha perdido influencia. Una parte de los antiguos simpatizantes de Pedro Sánchez decidieron castigar el fracaso negociador del pasado verano: el PSOE obtuvo cerca de 700.000 votos menos que hace seis meses y medio. El desenlace electoral ha sido distinto al que esperaba el presidente en funciones tras la convocatoria electoral, y su propio entorno lo reconocieron (algunos dirigentes hablaron en privado de «fracaso»), pero hay datos que llevan al optimismo a los colaboradores de Sánchez.

El principal es que la derecha no suma, porque el despegue de Vox se ve neutralizado por el batacazo de Ciudadanos, y por lo tanto no hay ninguna alternativa a su candidatura para mantenerse en la Moncloa. Pero ninguno de los caminos posibles que tiene Sánchez ante sí para asegurar su investidura resulta fácil, al contrario. Los resultados son más complicados de gestionar que hace seis meses y medio, pero en la dirección socialista confían en que el riesgo a unas terceras elecciones hará que la oposición cambie esta vez de «actitud» y deje gobernar a Sánchez.

«Nuestro proyecto político es formar un gobierno estable. Esta vez sí o sí vamos a lograr un gobierno progresista. Me gustaría hacer una llamada a todos los partidos: tienen que actuar con generosidad y responsabilidad para desbloquear. El PSOE también participará para desbloquear la situación política», señaló Sánchez, subido a un escenario frente a la sede del partido, ante cientos de votantes que celebraban la amarga victoria. Solo excluyó del entendimiento a aquellos que «siembran el discurso del odio y la antidemocracia», en referencia a Vox. Cuando se convocaron elecciones, en septiembre, el PSOE anticipaba un escenario más beneficioso que el que se ha producido. Los socialistas pensaban que llegarían a los 140 escaños, porque los votantes primarían, según su relato, a la única opción con capacidad para desbloquear la gobernabilidad. Los socialistas armaron un discurso en el que los peligros que se ciernen sobre España (la crisis territorial en Cataluña, el enfriamiento económico y la posibilidad de un brexit sin acuerdo) les favorecerían en las urnas, porque una hipotética «mayoría cautelosa», según la expresión del jefe de Gabinete de la Moncloa, Iván Redondo, acudiría en masa a apoyar a Sánchez.

Pero nada de esto se ha producido, hasta el punto de que el candidato ha puesto en esta campaña mucho más énfasis en alertar de la amenaza de Vox que en los mensajes anteriores. Siempre en privado, algunos sectores del partido ya empiezan a pedir responsabilidades. «Los números pueden ser tozudos, pero las actitudes distintas», dijo Sánchez en octubre, cuando ya había asumido la dificultad de mejorar sus resultados. Es decir, que pese al descenso en escaños, esta vez sí se iba a lograr la investidura, porque ningún partido pensaba arriesgarse a ser visto como el culpable de unas terceras elecciones consecutivas.

MOVIMIENTOS / Los planes del líder socialista siguen pasando por gobernar en solitario. Sánchez ofrecerá en los próximos días a a las fuerzas «progresistas», en especial a Unidas Podemos, un paquete de medidas a cambio de su apoyo en la investidura. Y propondrá más adelante al PP y a Cs varios pactos de Estado (sobre Cataluña, financiación autonómica y pensiones, entre otros asuntos) para que se abstengan. Así no sería necesario depender de los independentistas catalanes.

Pero la posibilidad de que la izquierda apoye y la derecha simultáneamente no vote en contra es, en principio, lejana. La otra opción es que ante la ausencia de alternativas, se deje votar a la lista más votada. En cualquier caso, nadie cree que la legislatura vaya a ser larga y estable. Si es que finalmente hay pacto.