Desde que irrumpió el proceso independentista, cualquier cita electoral en Cataluña se ha utilizado para medir los apoyos a la independencia (en escaños y en votos), y también como un pulso entre ERC y JxCat -los dos partidos que gobiernan la Generalitat en coalición- para lograr la hegemonía en este espacio. Según las encuestas, ERC parte como favorita para ganar las generales en Cataluña y con la opción de cosechar unos resultados históricos, pero no olvida que en las catalanas del 2017 el escenario demoscópico era similar, y finalmente los republicanos cedieron ante JxCat y Ciutadans.

El partido de Oriol Junqueras, cabeza de lista desde prisión igual que su homólogo neoconvergente, Jordi Sànchez, es consciente de que podría influir en la gobernabilidad del PSOE, y en el propio candidato, y salió ayer a proclamar, en una carta desde la cárcel a la militancia, que no pone «líneas rojas» a una eventual investidura de Pedro Sánchez y que se debe dialogar con los socialistas «sin regalar cheques en blanco», aunque insistió en un referéndum como mecanismo para desencallar el conflicto.

ERC y En Comú Podem compiten electoralmente pero coinciden en potenciar un mismo mensaje para convencer a los votantes: apostar por ellos es evitar que el PSOE pueda elegir a Albert Rivera como futuro socio de Gobierno y, según interpretan, virar hacia la derecha.

Por ello, los mensajes en charlas, debates y mítines concentran el fuego en acusar a los socialistas de querer formar Gobierno con Ciudadanos y de no tener reparos con un nuevo 155. Y para atraer voto soberanista, los republicanos juegan la carta de los presos que están siendo juzgados en el Tribunal Supremo.

Si las urnas confirmaran el despegue de ERC y también el retroceso de JxCat, el foco también se pondrá en la estabilidad del propio Govern catalán. Sin embargo, habrá que esperar, porque, de momento, ambos partidos descartan unas elecciones autonómicas a corto plazo y aseguran estar conjurados para aguantar al menos hasta la sentencia del procés.