Este domingo los españoles no han elegido solo a un presidente y una mayoría de Gobierno. El 28-A era, también, un plebiscito entre dos visiones antagónicas de España: un país dialogante e incluyente, orgulloso de su diversidad y tolerante con la discrepancia, frente a otro excluyente y disgregador, presto a recortar derechos y combatir las realidades nacionales reconocidas por la Constitución (y no pocos estatutos). «La vida no es más que una sombra... Una historia narrada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa», escribió William Shakespeare en Macbeth. Con su voto, los españoles han condenado el ruido y la furia.

Tras una década de declive electoral del PSOE, Pedro Sánchez consuma la gesta iniciada en el 2016, cuando los suyos lo defenestraron por negarse a facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Primero reconquistó el liderazgo gracias al favor de la militancia. Luego derrocó a Rajoy mediante una inopinada moción de censura. Y al fin, desde la Moncloa, supo abanderar un giro social de las políticas públicas y un enfoque prudente del conflicto catalán que han procurado al PSOE su primer triunfo electoral en una década. Que le permitirá, con toda probabilidad, revalidar la presidencia del Gobierno.

La victoria socialista es fruto de méritos propios, pero también de errores ajenos.

El primero, el de Albert Rivera, quien pudiendo abstenerse en la moción de censura optó por el ‘no’ para disputar la hegemonía de la derecha al PP, y que con su cinturón sanitario al PSOE le regaló el voto de centro. El segundo, el de Pablo Casado, vástago político de José María Aznar que, urgido a consolidar su liderazgo en el PP, se echó al monte. Y el tercero, compartido por Rivera y Casado, la mimetización de PP y Ciudadanos con los postulados de la ultraderecha: 155 en Cataluña, cerco al independentismo, amenazas a la ley del aborto....

Populares y naranjas entraron en modo pánico cuando el partido de Santiago Abascal irrumpió en el Parlamento andaluz... con solo el 10% de los votos. En vez de marcar distancias con su ideario retrógrado y predemocrático, le regalaron la legitimidad de la que carecía al recabar su apoyo para gobernar. Ruinoso negocio: el 28-A ha confinado a Vox en el 10% de los sufragios, pero las derechas retroceden en votos y en escaños, propiciando así un Gobierno de izquierdas.

«Mandato democrático»

Con el peor resultado de la historia del PP, el liderazgo de Casado pende de un hilo. Se confirma que a un partido condenado por corrupción no le bastaba con un lavado de cara y un viraje derechista para enterrar el pasado. Y Rivera afronta un nuevo dilema: reposicionar a Cs en el centro del tablero o persistir en la alocada lucha con PP y Vox.

También los catalanes han votado contra el ruido y la furia, al validar el pragmatismo de ERC, premiar la moderación del PSC y penalizar el irrendentismo de Carles Puigdemont y JxCat, en mínimos históricos. Este sí es, con cuatro millones de votos, un «mandato democrático». Ojalá lo lean correctamente.