Pedro Sánchez terminó su campaña ayer en Valencia casi igual que la había empezado en Dos Hermanas (Sevilla). Presentándose como el único que puede derrotar a las «tres derechas». Luciendo su acción de Gobierno. Apelando a la «estabilidad» que él representa. Alertando contra la «involución» del PP, Cs y Vox. El líder socialista apenas ha cambiado el guión en estas dos semanas de mítines, con solo un par de leves alteraciones en los últimos días: un emplazamiento directo a los simpatizantes de Unidas Podemos, partido al que había venido ignorando, y una mayor contundencia en el mensaje en contra de que el independentismo sea crucial en la acción del futuro Ejecutivo.

Pero nada está cerrado. Sánchez, explican en su entorno, se siente «a las puertas» de la reelección. Pero la dirección del PSOE no se atreve a anticipar con quién podría pactar. Las miradas se dirigen a Unidas Podemos, más allá de que el próximo Gobierno sea de coalición o monocolor, y los socialistas anhelan que el apoyo de los morados, Compromís y el PNV sea suficiente para garantizar la investidura.

Si no lo es, como sospechan, sus opciones pasan por forzar la abstención de Cs en una segunda votación (donde solo se necesita mayoría simple) o bien intentar que el independentismo, en especial ERC, ahora más pragmática y con expectativas mejores que Junts per Catalunya, evite el bloqueo. La primera alternativa es la preferida por el jefe del Ejecutivo, cuyos colaboradores creen que la amenaza de una repetición electoral, con los naranjas en claro declive, podría ser suficiente para que Albert Rivera, o quien le sustituya, deje de lado su frontal oposición a Sánchez. Más aún, si Cs queda por detrás de Vox. La otra, sin embargo, no se descarta, pese a que republicanos y posconvergentes tuvieron parte de responsabilidad en el adelanto electoral, al volver a poner sobre la mesa el derecho de autodeterminación y negarse a tramitar los Presupuestos de este año.

«No quiero que descanse la estabilidad de este país en manos de las fuerzas independentistas. España se merece cuatro años de estabilidad. Hablaremos con los independentistas, pero dentro de la Constitución», dijo Sánchez en la Ser.

La cúpula del PSOE asegura estar «satisfecha» de la campaña, salvando errores como la negociación de los debates, que forzó al presidente a participar en dos citas consecutivas con Pablo Casado, Pablo Iglesias y Rivera, cuando solo quería una que incluyera a Santiago Abascal. Sus dirigentes consideran que han logrado colocar sus mensajes sociales (como la ley de eutanasia y el blindaje de las pensiones), mientras desde el bando de la derecha han trascendido, sobre todo, los errores del PP (sobre el aborto y el salario mínimo, por ejemplo), Casado y Rivera «despedazándose» en el debate y Vox llenando recintos de amplio aforo. Esta última imagen, la de la movilización del partido ultra, también beneficia a Sánchez, según este relato, porque ha ayudado a que «despierte» el electorado progresista.

voto oculto / Aquí entran también los miedos del PSOE. Los socialistas temen el presunto voto oculto al partido de extrema derecha. Aunque la versión mayoritaria es que se tratará de papeletas que antes iban al PP, y que por lo tanto no alterará el equilibrio entre bloques, el precedente de Andalucía nunca abandona el primer plano. Tampoco en los mítines de Sánchez. «Si la derecha suma, hará como en Andalucía», dijo en Valencia, que el domingo también celebra elecciones autonómicas. Al mismo tiempo, con la herida aún abierta entre Susana Díaz y Sánchez, en la dirección socialista alertan de que los dirigentes andaluces se han movilizado poco durante esta campaña. Y por último, está Iglesias, cuya campaña, admiten en el entorno del jefe del Ejecutivo, ha ido «de menos a más». Sobre todo en los debates televisados.