44 años después de la muerte del dictador Franco, la ultraderecha española se prepara para regresar al Congreso de los Diputados. El asalto de Vox ha revolucionado las opciones políticas de derechas y amenaza con apropiarse de un espacio electoral vetado hasta ahora en la España democrática para las propuestas extremas que ya han encontrado hueco en otros países europeos. Santiago Abascal arranca campaña sabiéndose ganador sea cual sea su resultado.

Ha diseñado una campaña modesta en la que corre pocos riesgos (el máximo será el debate a cinco de Atresmedia en el que, quiera o no, tendrá que explicar proyectos e ideas sobre temas concretos y confrontarlos). Su líder se somete a pocas entrevistas y contacto mínimo con los medios de comunicación, y su número dos, Javier Ortega Smith, que comparte protagonismo con el candidato, simultanea la toga en el juicio del 1-O en el Tribunal Supremo con el atril en los foros que han preparado para reunirse con su militancia, principalmente en hoteles.

Su punto fuerte son las redes sociales y el bombardeo de mensajes que se producen a través de ellas. Vox manda mensajes precisos, atractivos para su potencial parroquia y seleccionados según los intereses de cada cual (por ejemplo, los cazadores reciben propuestas cinegéticas), con poca capacidad de verificación para los medios tradicionales pero mucho eco entre los suyos.

Los ultras sueñan con que parte de la masa de indecisos sea voto oculto a Vox y que su irrupción sea aún mayor de la que se augura. Eso explica que el PP, incluso aunque no sumen, los miren con respeto para las elecciones en las que esperan dar la gran campanada, las autonómicas y municipales del 26 de mayo. Vox concurre con un plan de 100 medidas urgentes, empezando por: España, unidad y soberanía.