Director de El Periódico Extremadura Tiempo hace que Extremadura se ha conjurado contra el desconsuelo. Despacio, sí, pero casi siempre con buena letra, lejos de las luces y la moqueta de los grandes centros de decisión, un club restringido por obligación ha sabido entender como nadie las claves del progreso. Y esa nómina, testimonial en origen, es hoy en día legión. O va camino de serlo. Empresarios, autónomos, innovadores, emprendedores... Demasiado tiempo solos como para no saber sufrir en silencio. Demasiadas horas en pie de guerra como para no tener cicatrices visibles.

Camino largo y pasos cortos, el empresario extremeño entiende ya el orgullo como ese barómetro intangible que, a modo de trampolín, permite ganar impulso en esa carrera tan especial. Y por ello resulta tan paradójico toparnos con informes y vademécum empresariales con mil y una fuentes que nos dicen quiénes somos. Recientemente, bajo el tranquilizador prólogo de que la exportación extremeña no peligrará tras ampliarse la Unión Europea, el Centro de Predicción Económica (Ceprede), vinculado a las cámaras de comercio, nos regalaba un análisis de ida y vuelta para llegar a ninguna parte. La economía autóctona no peligrará con la nueva Europa ya que los productos que exportamos, decía el estudio, no coinciden con los de países como Chipre, Eslovaquia, Polonia, Hungría o la República Checa. Mal menor y mensaje hueco para quienes saben, a fuerza de hacerlo, ganar mercados a codazos. Es por ello que conviene mirar sobre los pasos de nuestros propios éxitos para saber dónde estamos realmente.

A modo de epílogo de otro curso económico, la convocatoria de los Premios Empresario Extremeño del Año, en su ya octava edición, viene a ser ocasión de oro para hacer balance. Y, empezando por el final, de entre la singular lista de pequeños y grandes hechos que fueron noticia uno se queda con esa demostración de fuerza de los productores de tomate, labor la suya a prueba de fraudes en la industria de la transformación, que empiezan ya a unir fuerzas para no depender de nadie. Sin salir del sector primario, tan cerca y tan lejos de Bruselas y de su Política Agraria Común (PAC), los tabaqueros extremeños descuentan los días con la desazón de comprobar cómo ha comenzado la cuenta atrás para un drástico recorte de ayudas que no tardará en llegar. Una reconversión al uso pide Extremadura. Y no sería mal remedio.

Se cierra ahora un curso en el que hemos descubierto que el del agua es negocio más allá su explotación eléctrica. Grandes multinacionales se fijan en Extremadura para el aprovechamiento de sus manantiales, escenificando una apuesta a muy largo plazo que sin duda abrirá caminos para otras tantas empresas. Y por la senda de la dignidad camina ya un sector eléctrico que tiene en esta tierra su granero energético para media España y que, sin embargo, había olvidado a los extremeños. Hizo falta un fórceps público a modo de decreto ley para regular y establecer sanciones por la precariedad del suministro en algunos puntos de Extremadura. Bienvenida sea la intervención cuando deja hablar al sector privado.

La extremeñidad también ha viajado durante este año. Y lo ha hecho en primera clase. De ello se han encargado nuestras denominaciones de origen, el mejor hatillo para unas exportaciones que tienen a Europa como casi único mercado. Sin salir de estas nuevas fronteras, viejos renglones de un guión no escrito nos hacen seguir empeñados en demostrar que Portugal también existe para los negocios extremeños. Si antes fueron los lazos culturales, ahora deben y tienen que ser las relaciones económicas la pata sobre la que se asiente una eurorregión que no acaba de cuajar.

Pero si de orfandades se trata, siempre nos quedarán las infraestructuras. Ahora ponemos hasta traviesas de futuros trenes del futuro, a la espera de que los retales de una autovía tan necesaria como obligada, la de la Vía de la Plata, se acaben de unir. Ese será el vuelco definitivo para Extremadura, que mientras tanto contempla cómo la adjudicación de las obras de esos tramos suponen grandes negocios para grandes constructoras de quienes fueron grandes ministros de Franco.

Y, entre tanto, es la Extremadura del riesgo la que sigue ahí. La que aparece, a modo de foto fija, en las páginas que tienen ante sí. Empeñada en llevar la contraria. La que sabe que nuestro mayor riesgo es precisamente no arriesgarnos.