Esperanza Aguirre considera que tanto ella como la organización a la que representa han ganado suficiente peso en el PP como para que el líder del partido, Mariano Rajoy, tenga en cuenta su opinión, aunque a veces pueda resultar indigesta. Para diseñar equipos y para esbozar estrategias. Ahora, en tiempos precongresuales, y en el futuro. Y como se acumulan en las páginas de los periódicos o en las ondas de radio las noticias sobre movimientos y maniobras para seducir a posibles candidatos a ocupar la secretaría general y, de paso, otros cargos de nueva creación, ella lanza un aviso a través de su portavoz: no sería ni "lógico, ni deseable, ni sensato, ni razonable" que el presidente del partido no consultase a todos sus presidentes regionales, "ahora y en los próximos meses", enfatizó ayer el vicepresidente de Madrid, Ignacio González, en la rueda de prensa posterior al consejo de gobierno.

Cuando a González se le preguntó si, como ha sucedido con otros barones territoriales del Partido Popular, Rajoy se ha interesado por el criterio de Aguirre en torno a sus futuros colaboradores, él respondió que no ha habido conversaciones en este sentido. Eso sí, dejando claro que esperan que las haya.

GUIÑOS A ITURGAIZ Esta reacción se producía tan solo unas horas después de que se hubiera hecho público que el presidente de Valencia, Francisco Camps, y el líder de los populares andaluces, Javier Arenas, se habían erigido en portavoces de Rajoy para tratar de convencer, sin éxito, al político vasco Carlos Iturgaiz de que aceptase integrarse en la nueva dirección del partido.

Camps y Arenas se han convertido en escuderos del líder en momentos difíciles, aunque muchos de sus compañeros vinculen su postura a intereses personales, más que generales. Al primero, los críticos le achacan respaldar a Rajoy para ganar tiempo y, en tres años, tratar de tomar él las riendas del PP. Al segundo, rechazar por ahora responsabilidades nacionales para intentar consolidarse en su comunidad "a la espera de que llegue un candidato que no esté quemado de antemano". Más allá de especulaciones (quizá también viciadas en tiempos de batalla cainita) sobre los verdaderos objetivos de ambos, la realidad es que Camps y Arenas se han convertido, junto al regidor Alberto Ruiz-Gallardón, en el sostén de su candidatura. Los barones, por el número de afiliados que tienen detrás. El alcalde de Madrid, por su valor simbólico frente a ese voto de centro que se pretende conquistar en la presente legislatura.

EL DIA DESPUES Y pese a que hay otros dirigentes territoriales del PP que también han apostado en público por Rajoy, el citado triunvirato ha acaparado capacidad de influencia. ¿Por qué? Porque el día después de las elecciones dieron un a la continuidad del jefe. También el alcalde madrileño --pese a que se le negó un escaño en el Congreso de los Diputados--, el 10-M cerró filas con quien acababa de perder las elecciones generales.

Los tres, Arenas, Camps y Gallardón, hicieron frente común con el jefe para negar oxígeno a posibles espontáneos con hambre de liderazgo, según cuentan los que conocen aquellos estratégicos movimientos aún no tan lejanos. La pregunta que queda en el aire es si, tal y como queda apuntado, hubo intentos reales de moverle el sillón a Rajoy en aquellas horas. Ese mismo interrogante se le puso delante al presidente del PP en un reciente encuentro con periodistas, aunque con otro formato. ¿Se esperaba la que le iba a caer en su propio partido después de anunciar que repetía? Sonrió. Para después añadir de forma enigmática: "Yo viví el 10-M".