Poco podía imaginar Eduardo Aguirre Jr., el último embajador en Madrid nombrado por George W. Bush, que acabaría convirtiéndose, gracias a las filtraciones del portal de Wikileaks, en una suerte de Mata Hari cañí del siglo XXI.

Protagonista destacado, ya sea como autor directo o como impulsor indirecto, de los despachos secretos de su negociado que han salido a la luz pública sobre la política española, Aguirre no se había pronunciado todavía sobre la polémica. Hasta ayer, día en que envió un comunicado a la agencia Efe para pedir disculpas y expresar su "disgusto" y su "pena" por "el daño ocasionado" en ambos lados del Atlántico por su abnegada labor informativa hacia la Casa Blanca, la CIA y el FBI.

"En contraste con la irresponsabilidad de las filtraciones, mi compromiso con mi país de adopción es de origen cubano y llegó a EEUU con 15 años no me da la autonomía para ampliar o profundizar sobre esas filtraciones", dice en la nota el diplomático, para justificar su negativa a opinar sobre los documentos, como le han ofrecido, asegura, varios medios españoles.

Y no será por ganas, ya que el exembajador asegura que durante su etapa en Madrid hizo "todo lo posible" por ponerse al alcance de la prensa, por lo que le "desagrada" ahora "no poder participar en la polémica y, por lo menos, matizar los asuntos".