Albert Rivera sale del 28-A con un resultado envenenado: crece 25 escaños, pero no conquista el título de líder en la derecha ante el PP más débil de la historia ni tampoco logra reeditar un pacto a la andaluza. Ciudadanos solo hubiera podido aspirar a tocar gobierno en el remoto caso en que Pedro Sánchez prefiriese una alianza con los liberales a un pacto de las izquierdas, pero el propio Rivera disipó esa opción a medianoche y dio por hecho, en cambio, que habrá un acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos.

La frustración de no conseguir ni el sorpasso a Pablo Casado, ni la conquista de la Moncloa empaña un crecimiento realmente sustantivo de los liberales, que sitúa en el horizonte el principio del fin de la hegemonía del PP. Cs pasa de 32 diputados a 58. Los conservadores caen de 137 a 65. Es decir, Rivera consigue estrechar el espacio que le separa de su adversario en la derecha. De 105 diputados de brecha a solo 9. Casado siente el aliento en la nuca de Rivera, que logra 1,2 millones de votos más, pero no consuma el sorpasso.

Los liberales apoyan su crecimiento en feudos populares, sobre todo en la España vaciada, Castilla-León y Castilla-La Mancha, donde logran escaños que no conquistaron en el 2016 por un puñado de escaños. La imagen de Rivera en un tractor parece haberles funcionado. También crecen en plazas emblemáticas del PP como como Galicia y la Comunidad de Madrid. En Catalunya quedan estancados en 5 diputados, los mismos que ya tenían.

Sin preguntas

Resultados en mano, los liberales admiten que tienen delante un "escenario complicado", según adelantó el secretario general, José Manuel Villegas, nada más conocer las encuestas a pie de urna. Responsabilizó a Casado de lo insuficiente de la suma en las derechas por el "hundimiento del PP" y se preparó para vivir una noche de crecimiento aparentemente estéril. Bailó un escaño hasta el final.

Rivera tardó en salir. Evitó las preguntas incómodas de una rueda de prensa y optó por hacer una intervención a las puertas de la sede del partido en Madrid, donde había seguido el escrutinio con la número uno por Barcelona, Inés Arrimadas.

A media noche, ante un par de centenares de seguidores, el presidente de Cs dio por descartada cualquier opción de llegar al Ejecutivo. "La mala noticia es que Sánchez e Iglesias van a formar Gobierno", para a continuación poner en valor su crecimiento.

Taponar la fuga a Vox

Cs llegaba a la campaña en una situación compleja. Rivera, viendo el probable declive del PP, lo había apostado todo a la derecha, impactado por el auge de Vox. El veto, repetido hasta la saciedad, a una eventual alianza con el PSOE descolocó a buena parte de su electorado más centrista. El presidente de los liberales decidió jugársela con el enésimo viraje. Sabía que perdería a sus votantes moderados en pos de Sánchez, pero le preocupaban más quienes se iban a las filas de Santiago Abascal. La fotografía icónica de las tres derechas juntas en la madrileña plaza de Colón ya no tenía vuelta atrás.

El líder de Cs entendió que esa imagen era la posición de salida de la contienda y se pasó la campaña tendiendo la mano a un Casado que le miraba desde cierto desprecio. En la recta final, con la intención de amarrar a los indecisos, apostó por su decisión más arriesgada, revolverse contra el jefe del PP con quien aspiraba a armar una coalición gubernamental.

Para sorpresa de todos, Rivera atacó a Casado en los debates electorales. Había preparado sus intervenciones a conciencia. Aunque a muchos les sonaron impostadas, fuentes de Cs explican que lograron dar un vuelco a las inercias. Taponaron la fuga a Vox y ejecutaron la estocada final cuando los conservadores aun estaban recuperando el aliento. Ficharon al sucesor de Cristina Cifuentes, el expresidente popular Ángel Garrido. Admiten fuentes de los liberales que la operación se cerró más con el objetivo de trasmitir la sensación de que el PP se descompone que por el escaso (nulo?) valor de hacerle hueco a un dirigente gris y sin punch alguno.