Ahora sí, ahora es fácil componer la escena. 29 de febrero del 2004, noche de inmensa tormenta de nieve en los alrededores de mina Conchita (Avilés), cinco individuos se acercan en dos coches por la serpenteante e inhóspita carretera, se bajan de los vehículos, entran sin oposición en la instalación minera, la barrera está abierta, la hojarasca cruje, la dinamita espera. Supuestamente los cinco individuos son Emilio Suárez Trashorras, el menor conocido como el Gitanillo, y tres de los suicidas de Leganés, los marroquís Jamal Ahmidan, Mohamed Aulad y Abdenabid Kunja.

¿Van a robar explosivos? ¿Van a coger setas? Una mezcla de las dos cosas, porque si algo quedó claro ayer es que allí se podían robar explosivos como quien coge setas. Las cajas enteras de goma-2 Eco y bolsas desperdigadas de goma-2 EC aparecen entre los árboles, en unas fotos tomadas en mina Conchita por la Guardia Civil en junio del 2004 exhibidas ayer en la sala. Un martirio para las víctimas, un bozal para los conspiradores.

Si esto es lo que había tres meses después del atentado, cuando los dueños de la mina adecentaron el caos, ¿qué explosivos no habría por allí antes del 11-M, al alcance de cualquier panda de extremistas o garrulos al servicio de un exminero zumbado? Si tal cantidad de explosivos, con y sin DNT, dormía a la intemperie y sin vigilancia, como ayer describió el vigilante Emilio Llano, los cinco individuos pudieron cruzar la barrera abierta, meterse rayas y coger todo lo que pillaran.

Podría no haber sido un año bisiesto, y así no hubiera existido ese 29 de febrero. Pero ni siquiera queda ese consuelo. A tenor de lo que contó Llano, mientras Trashorras se enajenaba con los auriculares y la traducción al árabe, mina Conchita era, perdónese la expresión, la conchita de la Bernarda. Barra libre. El robo podría haberse producido cualquier día. Las llaves de los minipolvorines dormían a la intemperie "en las piedras o a la vera de un árbol". Los artilleros abandonaban "por ahí" los explosivos sobrantes y los detonadores se dejaban "detrás de un tablero".

Lo normal

Desde las tres de la tarde hasta las siete de la mañana, los días laborables, y las 24 horas los sábados y domingos, no había vigilancia en la mina. "Era lo normal", dijo Llano. En 20 años en mina Conchita, "jamás" vio "a ningún guardia civil patrullando". Acusado de tráfico de explosivos y colaboración con banda armada, definió así su relación con Trashorras: "Fue compañero de trabajo y me llamaba a menudo para conseguir coca; o sea, lo normal".

Los peones que usaba en teoría Trashorras para el trasiego de dinamita --Iván Granados, el Piraña; Raúl González, el Rulo; Antonio Reig, Jimmy, y Javier González, el Dinamita -- se mostraron como víctimas de sus tejemanejes. Uno de ellos se sentó en una bolsa dinamita que entregó en Madrid porque creía que eran CD. Acorralado, el exminero pasó peor día que el Egipcio, que llegó en ambulancia. Zuhier se tumbó en el suelo para verle la cara al primer testigo protegido, policía de alto rango. El juez ordenó que lo sacaran de la pecera y lo sentó, esposado, en la sala. Los mercenarios de la confusión dirán ahora que la goma-2 Ec y su DNT fueron puestos después por la Guardia Civil, o que se trucaron las fotos, o véte tú a saber qué inventan ahora. Algo inventarán, eso seguro.