Una alianza entre socialistas, morados e independentistas ha frustrado que Vox se hiciera con una segunda silla en la Mesa del Congreso de Diputados. El bloque progresista no ha conseguido que prosperara la aplicación de una suerte de cordón sanitario para alejar a los diputados de extrema derecha del órgano que dirige y ordena el debate de la Cámara, pero por contra este bloque ha logrado una cómoda mayoría (seis de nueve). ¿Indicativo de cómo puede evolucionar la negociación de la investidura y la legislatura que se abre? Pues depende.

Resulta evidente que el ala derecha del tablero ha perdido capacidad de pacto. Si bien el apoyo electoral a partidos de alcance estatal de derechas (PP, Vox y Cs) y de izquierdas (PSOE, Podemos y Más País) se mueve en un parecido 43% de voto, solamente uno de estos bloques puede, en las circunstancias actuales, aspirar a sumar aliados. Los partidos de alcance no estatal (los conocidos PANEs en la literatura politológica) solo pueden añadirse a la coalición progresista.

Superpuestos

En España el eje ideológico y el nacional-territorial han estado históricamente superpuestos. Los grandes hitos de progreso se han gestado en el marco de pactos progresistas y plurinacionales (la I y la II República, la oposición antifranquista, etc.).

Ahora bien, desde la recuperación democrática el primer eje ha resultado mucho más presente en la vida política que el segundo, y ha sido más determinante a la hora de tejer alianzas. Por eso, el PP de José María Aznar cerró un pacto de investidura con CiU y PNV en 1996. Fue una legislatura con un claro impulso neoliberal y unas ciertas concesiones de competencias a las comunidades históricas.

Pero esto cambia sobre todo a partir de octubre del 2017 cuando el cleavage nacional-territorial entra en juego en la arena estatal (no solo, como antes, en algunos territorios), se hace visible e importa en el debate público y en las relaciones entre partidos. La derecha estatal (históricamente unitarista) no puede aspirar a recibir apoyos de independentistas, nacionalistas periféricos o regionalistas. Y Vox en el polo conservador dificulta aún más la capacidad de pacto.

Dicho esto, no podemos dar por hecho el acuerdo PSOE-Podemos-ERC. La historia española nos enseña que la relación entre izquierda y «periféricos», a la vez que muy productiva, no ha estado exenta de tensiones, disputas y desconfianzas.

Los protagonistas saben que se trata de la única vía para hacer frente a los desafíos estructurales que tiene el país (nacionales, políticos y socioeconómicos) pero el puzzle no es fácil de encajar.

Y otra cosa. Una mirada a la postransición también nos informa de que en el PSOE siempre han existido pulsiones para transitar otro tipo de caminos diversos al reforzamiento socialdemócrata y de la España plural. El socioliberalismo de inspiración blairiana o el modelo autonómico del café para todos son algunos ejemplos.

Transitar hacia una «gran coalición», un acuerdo del moribundo bipartidismo, no es contradictorio con el ADN del socialismo español. Por eso, cada día que pasa existen más amenazas para una exitosa triangulación Sánchez-Iglesias-Rufián.