La prensa extranjera se ha hecho eco de la Spanish revolution, como se conoce en el universo 2.0 al movimiento de indignación que protesta en las plazas españolas por la situación política y económica del país. Todo un diario de referencia como The New York Times tiene claras las causas de esa rebelión popular e, incluso, algún opinador le pone nombres y apellidos. En su edición de ayer, el rotativo incluía un artículo que atribuía las quejas ciudadanas, entre otros motivos, a la "creciente corrupción de los partidos políticos". Y he aquí el ejemplo: Francisco Camps.

"El domingo por mañana, se espera que Camps sea reelegido como jefe del Gobierno autónomo de la Comunidad Valenciana. A finales de año, sin embargo, Camps estará probablemente en el juzgado para enfrentarse a cargos de soborno, como parte de una vasta investigación de corrupción, denominada caso Gürtel, que también incluye a varios políticos de la principal fuerza política de centroderecha: el Partido Popular", explica el articulista Raphael Minder.

Tras exponer los detalles de la trama corrupta, los regalos que recibió Camps y el gran número de dirigentes del PP valenciano imputados, el rotativo subraya que estas acusaciones "no han entorpecido" las posibilidades de Camps de ser reelegido, y llega a comparar sus formas políticas con las de la Italia actual. "Como Berlusconi, Camps se ha presentado como la víctima de una caza de brujas por parte de sus oponentes políticos, jueces y medios de izquierda", asegura.

PROPAGANDA SOVIETICA Para justificar esta afirmación, el autor cita una respuesta del presidente valenciano en las Cortes autonómicas a una pregunta de la oposición, que lo atacaba por el caso Gürtel: "Nadie debe creer esa propaganda al estilo soviético". El análisis se completa con la opinión de un diputado socialista valenciano, Ferran Bono, quien afirma que muchos ciudadanos se creen esta "teoría de la conspiración".

El PP valenciano evitó comentar ayer las reflexiones de The New York Times. La alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, se escudó en un obstáculo lingüístico: "Por desgracia, no hablo inglés".