Tras el fallido intento de investidura de la pasada semana, las negociaciones para conseguir que Pedro Sánchez sea elegido presidente del Gobierno, y evitar así la repetición de las elecciones el 10 de noviembre, han vuelto a la casilla de salida y se perfilan, por el momento, sin esperanza. De hecho, las negociaciones no existen, solo hay parálisis y declaraciones de unos y otros dirigidas a reafirmarse en lo que ya decían hace tres meses y que llegan trufadas con altas dosis de resentimiento.

El fiasco de la semana pasada y los episodios de impudicia que se vivieron en el Congreso de los Diputados entre Sánchez y Pablo Iglesias solo han dejado malestar y más desconfianza de la que ya había entre PSOE y Unidas Podemos, pero también de la ciudadanía respecto a esos dos partidos políticos. Tampoco se libran de esa decepción de los electores el PP y Ciudadanos, que se mostraron igualmente incapaces de facilitar una salida al bloqueo político.

Así que ahora, cuando aún queda la posibilidad de intentar la investidura antes del 23 de septiembre, fecha en la que de no haber presidente se disuelven las Cortes y se convocan nuevas elecciones, los líderes políticos no dejan hueco al optimismo. El PSOE vuelve a proponer un acuerdo a la portuguesa, con un pacto programático y un Gobierno monocolor que cuente con el apoyo externo de Unidas Podemos, que pese a las presiones internas de Izquierda Unida y los anticapitalistas descarta una coalición, insiste en tener presencia en el Ejecutivo, se supone que superior o más potente que la que ya les ofrecieron los socialistas, una vicepresidencia del Gobierno y tres ministerios que rechazaron por insuficiente.

Y mientras, el PP y Ciudadanos, Pablo Casado y Albert Rivera, se relamen en su no es no a Sánchez, dispuestos a soportar, sin alterarse, las presiones de los medios económicos nacionales e internacionales que les piden una abstención para dejar gobernar a los socialistas. Hasta aquí, nada hace pensar, por tanto, que las cosas van a ir mejor a la vuelta de agosto, porque las posiciones de PSOE y Podemos parecen inalterables y con recelos que se presentan como insuperables. Solo el vértigo electoral podría forzarles a rectificar.

Ayudaría la voluntad de acuerdo y también el sentido de la responsabilidad, pero puede resultar ser mayor aliciente el miedo a que el enfado de los votantes de izquierda acabe dándole el poder a la derecha, y ya se sabe que si las tres derechas suman, gobiernan.

Unos nuevos comicios podrían, no obstante, asustar más a Iglesias que a Sánchez, no solo por la osadía demostrada por este último y porque el CIS le otorga una extraordinaria intención de voto directo del 41%, sino porque Unidas Podemos podría ver mermadas sus expectativas electorales si Íñigo Errejón finalmente presentara su plataforma en una docena de provincias.

Esa hipótesis aún no está recogida en las encuestas, pero le podría hacer un roto similar al de la Comunidad de Madrid, donde Más Madri d le robó a Podemos, en las elecciones del pasado 26 de mayo, 20 de los 27 escaños que obtuvo en el 2015.