El Estatuto catalán y sus principales promotores desembarcaron ayer en un Madrid que los recibió con una mezcla de hostilidad y escepticismo. Aunque por separado, Pasqual Maragall, Ernest Benach, Artur Mas, Josep Lluís Carod-Rovira y Joan Saura, exponentes del flamante cuatripartito que con tanta euforia celebraron el consenso estatutario, escenificaron su unidad en la capital, donde toparon con los recelos de una opinión pública que abarca desde la dialogante disposición del Gobierno a aprobar con recortes la Carta catalana hasta la pertinaz pretensión del PP, compartida por parte del PSOE, de dinamitar la reforma a su paso por las Cortes Generales.

El presidente de la Generalitat, el del Parlamento autonómico y los líderes de CiU y ERC --e incluso el de ICV, en visita privada-- desplegaron ante sus diferentes interlocutores, y con dispar fortuna, toda la capacidad pedagógica de que fueron capaces. Si sus esfuerzos fueron o no en vano está por ver, pero la experiencia les ayudó a tomar conciencia de las dificultades que afronta el Estatuto en su larga e incierta singladura en Madrid.

Maragall calentó motores en una entrevista en Antena 3 TV. Ante algún que otro comentarista poco predispuesto a atender a razones, el dirigente defendió como buenamente pudo la voluntad de Cataluña de impulsar una España plural en la que sentirse más cómoda y reconocida.

LA CITA EN LA MONCLOA La dura pugna entre Maragall y los comentaristas fue sólo el prólogo de la cita política de la jornada: su entrevista en la Moncloa con el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. La reunión duró casi dos horas, el tiempo máximo del que disponía el anfitrión antes de recibir en la misma sede de presidencia al canciller alemán, Gerhard Schröder, al que había invitado a cenar.

Al concluir la reunión, fuentes de la Moncloa y de la Generalitat destacaron que tanto Zapatero como Maragall coincidieron en su firme voluntad de pacto y de aprobar un Estatuto ambicioso en el marco de la Constitución. Pese a ello, la versión del Gobierno puso énfasis en señalar que Zapatero repasó con su interlocutor los principales puntos de la propuesta y le expresó sus "firmes objeciones al texto".

DUDAS DEL EJECUTIVO Según esta versión, el presidente trasladó a su invitado las mismas dudas sobre el Estatuto que viene expresando en los últimos días: desde el blindaje de las competencias catalanas hasta los riesgos que el proyecto entraña para la "unidad de mercado", pasando por el ambicioso modelo de financiación y el encaje constitucional de la definición de Cataluña como "nación".

Ambos dirigentes, según fuentes de la Generalitat, coincidieron en que hay "condiciones históricas para un gran pacto" y que sería un error mayúsculo "no aprovechar la oportunidad" y dejarse llevar por "la estrategia de confrontación del PP". Por ello, coincidieron en que el debate debe hacerse en el Congreso, evitando el cruce de descalificaciones a través de los medios de comunicación y recurriendo a expertos que ayuden a desbrozar los puntos más conflictivos. Para evitar que el PP pueda sacar partido de su estrategia "catastrofista", acordaron no dilatar el trámite parlamentario.

En el Congreso, coincidieron, es donde se expresará la voluntad de acuerdo, con la convicción de que habrá que negociar a fondo para garantizar que, sin desvirtuar la propuesta del Parlamento catalán, las enmiendas permitan aprobar en el Congreso un Estatuto impecablemente constitucional. Zapatero transmitió a Maragall el mensaje que horas antes había lanzado en la Cámara baja: las Cortes Generales, depositarias de la soberanía nacional, tienen ahora "una única y última voluntad" en la reforma del Estatuto.

"UN GRAVE PROBLEMA" Así habló Zapatero en la sesión de control parlamentario al Gobierno, un tenso anticipo del debate que se avecina. Significativamente, ningún portavoz catalán le preguntó por el Estatuto. Sí lo hicieron PNV e IU-ICV, favorables al texto, y el PP, que por boca de Mariano Rajoy le acusó de "crear un grave problema" y "romper el acuerdo constitucional". "Deje de meter miedo absurdamente a los españoles", replicó Zapatero.

Esta radiografía de la división que la reforma catalana siembra entre la clase política española tuvo también su reflejo en las andanzas de Benach, Mas y Carod por Madrid. Al llegar a pie al Congreso, donde entregó el dispositivo USB que contenía el Estatuto, el presidente del Parlamento autonómico, Ernest Benach, tuvo que escuchar a unas decenas de personas que desde la calle le gritaban "Cataluña es España", entre otras consignas.

Las protestas también llegaron a oídos de Carod. El discurso conciliador que articuló en un desayuno informativo no impidió que en la puerta del hotel se organizara una minoritaria protesta contra el Estatuto. ¿Un presagio de lo que está por venir?