Para dejar zanjado el asunto secundario y evitar que oculte otras consideraciones que, humildemente, creo de más interés, empezaré por admitir que también a mí me irrita el proceder de Baltasar Garzón. Interpreto cierta grandilocuencia en el ejercicio de la justicia. Esta le ha hecho protagonizar auténticos brindis al sol traducidos a grandes caracteres de portada en prensa o edición de bolsillo. Y no pocos ejercicios de voluntad interpretativa allí donde las circunstancias requerían evidencias incontestables, que son la garantía de equilibrio y garantía procesal que solidifican la institución. Dicho lo cual, le reconozco la virtud de poner en evidencia realidades incómodas.

Cuando el culebrón Pinochet , la justicia española fue reconvenida con el argumento de que quería aplicar a un trozo doloroso de la historia reciente de Chile una receta que no se atrevía a prescribir a la suya. Ahora, Garzón enarbola ese guante y vuelve a protagonizar titulares sobre homicidios que no fueron noticia en los últimos 70 años, lo que es indicativo de las circunstancias.

Y todo puede quedar en otro brindis al sol, dadas las limitaciones que la legislación actual y la anterior implican a la hora de establecer responsabilidades. No le ampara la retroactividad ni la vigencia de la configuración, reciente, del delito de genocidio en el ordenamiento español ni la ley de amnistía del 77. Así que, cuanto antes, el foco debe salir de la acción de los tribunales y concentrarse en la de las administraciones.

El expediente que figura en la mesa de Garzón, las denuncias que lo alimentan, expresan un error político. El mismo que pretendió subsanarse con la ley de memoria histórica y que acabó por no contentar a nadie. Al Gobierno se le ve en el incómodo papel de respaldar las iniciativas que él mismo no acabó de configurar, y a Mariano Rajoy en el que le exigen las circunstancias. Y estas son las de una herencia de silencio cómplice del que participa la derecha española y de cuyo lastre no se ha librado buena parte de la primera generación de políticos conservadores formados en democracia. Generación que, con triste naturalidad, se erige en custodia de ese velo de silencio. Rajoy pide que no se reabran las heridas y con ello admite que existen.

Que hay quien no pudo cicatrizarlas porque no tuvo consuelo material ni social del dolor de la guerra por estar en el bando perdedor. Quien fue escarnecido o ejecutado en tiempo de paz por la misma razón. Hechos de violencia y represión que son historia vieja para muchos, pero que, sobre todo, son verdad; no elementos sujetos a interpretación académica del revisionismo. Y como tal verdad, debe ser tratada para que las heridas cicatricen en cada cuneta y cada tapia de cementerio, testigos de la misma.