Existe un edén en el que no importan las ideologías. Sirve para las izquierdas, para las derechas. Para los humildes, los orgullosos. Para los nuevos, para los veteranos. Para los que tienen barba, los que llevan bigote. Ese paraíso se llama poder.

Ayer lo descubrieron y se encontraron en él dos personajes tan opuestos como Luiz Inácio Lula da Silva --sindicalista, líder del Partido de los Trabajadores, héroe de los pobres-- y José María Aznar --inspector de Hacienda, presidente del PP y defensor del capital.

El primero lo explicó con un lenguaje llano: "Cuando era el líder de mi partido, elegía a mis socios por afinidades ideológicas. Ahora hablamos de gobierno a gobierno, y no discutimos las divergencias sino las convergencias". Va a ser verdad que los toros se ven distintos desde la barrera.

SIMIL FUTBOLISTICO

Aznar rebuscó entre su catálogo de ocurrencias para superar la claridad de la exposición de Lula. Y dio con el fútbol. Los gobernantes no deben entretenerse en buscar "afinidades", sino en planear "estrategias", aleccionó. Y soltó el símil: "La pasión por el fútbol, que compartimos, es estratégica, pero nuestros equipos son rivales".

Puestos a darle al balón, Lula desveló su táctica. Pelota al suelo y juego por las bandas. "Cumpliré mis promesas, pero voy a hacerlo con mucha tranquilidad", anunció. Su objetivo es ganar el partido: "Primero voy a hacer lo necesario, después lo posible, y acabaré por hacer lo imposible".

Lo que no quiere Lula es entretenerse en bautizar su modelo político. Ayer no estaba para etiquetas. "No me preocupa la primera, ni la segunda, ni la tercera vía", respondió cuando se le preguntó si la suya era la cuarta. "No me van a solucionar los problemas". Sus cifras son mucho más impresionantes: 40 millones de brasileños viven por debajo del umbral de la pobreza.

Si no está para numerar las vías, mucho menos para ordenar las internacionales socialistas. "Me hablan de hacer una quinta internacional... ¡pero si aún no hemos solucionado la segunda!" A Aznar le encantó la ocurrencia. Quién le iba a decir al líder conservador que el mejor chiste del día sobre la división de la izquierda saldría de la boca de un sindicalista rojo.

Otra cosa sería lo que pensara al respecto Felipe González cuando se encontró con él horas después. Aunque en el paraíso del poder, hasta es plausible que se entendieran los tres.