La coalición entre el PSOE y Podemos, la primera desde la recuperación democrática, echó a andar ayer en el Palacio de la Zarzuela, cuando los integrantes del Gobierno prometieron acatar la Constitución y lealtad al Rey. Toda la expectación estaba puesta en si los ministros morados invocarían esa fórmula o tratarían de buscar otra, como hacen en el Congreso, para desmarcarse de la Carta Magna y subrayar su apuesta por la república. Los ojos estaban puestos en Pablo Iglesias y, sobre todo, en Alberto Garzón, quien suele dirigirse a Felipe VI como «ciudadano Borbón». No fue el día. Todos leyeron el redactado sin cambiar una coma, algo que desencadenó una tormenta de críticas en las redes sociales en las que les acusaron de rendir sus principios a un cargo.

El nuevo Gobierno echa a andar con el reto de aguantar toda la legislatura. O al menos dos años, con unos Presupuestos que no tienen apoyos pactados, pero que Sánchez aspira a aprobar con las mismas alianzas que le apoyaron en su investidura. En lo inmediato, hoy se reúne el primer Consejo de Ministros, con la tradicional fotografía en la escalera de la Moncloa.

Sánchez quiere que la ciudadanía perciba acción de gobierno ya, de modo que en este primer encuentro del Gabinete se aprobarán las medidas que quedaron congeladas hasta que hubiese investidura: subida de pensiones del 0,9% y del sueldo de los funcionarios un 2%.

Este incremento forma parte también de la hoja de ruta del titular de Seguridad Social, José Luis Escrivá que, al tomar posesión, se comprometió también a suprimir en breve plazo el déficit del sistema, a la vez que se fijó como meta que las pensiones se actualicen con el IPC.

La imagen del poder compartido no estuvo en el Palacio de la Zarzuela, sino en uno de los edificios franquistas por antonomasia de Madrid: el Ministerio de Sanidad, ejemplo de la arquitectura del régimen, que durante la larga dictadura acogió la Delegación Nacional de Sindicatos. En esta sede, la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, hizo entrega a Iglesias de la cartera de vicepresidente de Asuntos Sociales y Agenda 2030.

El secretario general de Podemos, por lo tanto, no compartirá la Moncloa con Pedro Sánchez, sino que permanecerá en este edificio de dieciséis plantas, situado justo enfrente del Museo del Prado, zona transitada con frecuencia por las manifestaciones en la capital. Será una sede concurrida, puesto que albergará la vicepresidencia de Iglesias, el ministerio de Consumo y el de Sanidad, cuyo titular, Salvador Illa, bromeó con la cohabitación. «Compartiremos además de una maravillosa tarea de Gobierno un espacio que lo hará todavía más próximo», vaticinó.

Espíritu de colaboración

Ese espíritu de colaboración, tras una semana de roces, estuvo presente en la toma de posesión. «Haremos un tándem importante de trabajo», dijo la vicepresidenta primera. «Carmen, va a ser todo un honor trabajar junto a ti», le respondió Iglesias.

El líder de los morados insistió en subrayar su lealtad a Sánchez y apartar los miedos a posibles crisis en el seno del Ejecutivo. «Dijo el presidente, y me sumo a su consideración, que el próximo Gobierno va a tener muchas voces, pero solo una palabra», convino Iglesias antes de insistir en que la coalición destacará por «los principios del compañerismo y del trabajo en equipo». Ante todo, quiso transmitir una imagen de cohesión.

En un guiño a sus inicios en política, pidió a movimientos sociales, sindicatos de inquilinos y de trabajadores y a la sociedad civil en su conjunto, que no dejen de «criticar» o de «presionar» al nuevo Ejecutivo.

Calvo también entregó la cartera de Igualdad a Irene Montero. Margarita Robles, que sigue en Defensa, hizo lo propio con la nueva ministra de Exteriores, Arancha González Laya, quien adelantó que trabajará para que España gane peso internacional. «Spain is back, Spain is here to stay» (España ha vuelto, España está aquí para quedarse), resumió en inglés.