La costumbre de la basura va provocando una cierta anestesia social. Los ciudadanos parecen dormidos ante el crecimiento de los casos de corrupción, que siempre son escandalosos pero que están alcanzando cotas de desvergüenza de difícil encaje con la civilización, o sea, con el sistema democrático.

En Mallorca esas cotas son tan altas como para repensarse si no sería preferible empezar de nuevo. Unió Mallorquina es básica para conformar mayorías capaces de gobernar las islas. Pero resulta que su enfangamiento es de tal calibre que pone a todo el partido bajo sospecha. La basura es histórica: viene desde que ese mismo partido tuvo que ver con la gestión de algunos dineros públicos en la época en que el anterior presidente, Jaume Matas, fue capaz de crear un patio de Monipodio en el que se asaltó el fondo de las arcas del Estado sin tino y sin tasa. Entonces, comenzó la corrupción en UM. Ahora, cuando el partido es fundamental para sostener la mayoría que el PSOE necesita para gobernar, es cuando sale a la luz lo actuado. Y eso hace que la reacción de los socialistas sea menos virulenta de lo que esperan los ciudadanos. Hay una razón de acomodo que no provoca, por el momento, una reacción social que debería ser potente.

Aunque sea el lugar más escandaloso, no es el único. El caso de Carlos Fabra en Castellón, los restos del caso Gürtel que enfangan a varias comunidades, las implicaciones de militantes socialistas y convergentes en el caso Millet y el caso de Santa Coloma... se pasa de puntillas sobre algo que afecta, ya de forma inevitable, a la clase política como un todo.

Los afectados, siempre, intentan negar la evidencia y, también siempre, reaccionan creando códigos éticos de contenido insulso que no atajan el problema. El código del PP habla ahora de regalos, y hará una lista como las que los grandes almacenes nos envían al buzón de casa. Número de pastillas de turrón que se puede aceptar, categoría de los vinos. Un código para militantes. Lo curioso es que ese código no se haga para gobernantes. Lo insensato es que no entre en el meollo del asunto, que es el del funcionamiento transparente de las cuentas de los partidos. Si alguien acepta un bolso, se la ha cargado. Pero si el partido acepta dinero de una fundación pública, no pasa nada. ¿Alguien va a llevar a Fèlix Millet a los tribunales por haberse arreglado la vida a costa del Palau de la Música? Esperemos que sí, como esperamos que quien ha tenido que vigilar las cuentas del dinero entregado a Millet para su manejo tengan alguna sanción. La impresión es que se está haciendo muy poco.