Los populares siguen arrastrando el peso del caso Gürtel sobre sus espaldas y sobre su credibilidad ocho años después de que el juez Baltasar Garzón iniciara, en la Audiencia Nacional, una investigación en torno a una trama corrupta que hundía sus raíces en el seno del Partido Popular. Según admiten en la dirección del PP, a estas alturas las novedades en este campo les afecta más en el ánimo y en su vida interna que electoralmente.

Dan por amortizado en términos de opinión pública un escándalo que en varias ocasiones ha amagado con poner en jaque a su propio líder y presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, quien sin embargo se ha erigido como un superviviente nato frente a otros compañeros de generación que, habiendo compartido con él responsabilidades en la era Aznar, ahora se encuentran imputados, han estado o están en prisión o han tenido que abandonar la política por la puerta de atrás.

Después de cuatro años de Gobierno y una legislatura fallida, parecía el pasado año que Ciudadanos, con pocos escaños pero decisivos para que los conservadores pudieran repetir en el Ejecutivo, llevarían a término su compromiso de que su apoyo tendría como precio la cabeza de Rajoy y su sustitución por otro popular, a fin de que asumieran así sus responsabilidades por la corrupción. Pero la amenaza de Albert Rivera terminó esfumándose y colaboró decisivamente (junto a un PSOE que se abstuvo para que fuera posible) para que el líder del PP continuara en la Moncloa. Y ahí sigue, anunciado que no descarta volver a presentarse a la reelección cuando toque.

Los momentos más complicados

Según el relato de los que más le conocen, en la última década Rajoy ha vivido cinco momentos especialmente complicados ligados con la corrupción que afecta a los suyos: el inicio de la instrucción del caso Gürtel que está a punto de juzgarse; la noticia de que Luis Bárcenas, su extesorero, tenía cuentas fuera de España; la publicación de unos supuestos apuntes contables de dicho extesorero en los que se daba cuenta de quién o quiénes recibían dinero en el partido procedente de una caja b -que señalaban directamente a Rajoy entre otros muchos altos dirigentes-; la difusión de sus SMS a Bárcenas cuando él ya estaba fuera del PP y el presidente sostenía que no tenía contacto con él -su ya célebre “Luis, sé fuerte”- y la detención de Rodrigo Rato por fraude fiscal, blanqueo y alzamiento de bienes.

Cuando Bárcenas propició que llegara al periódico El Mundo los mensajes telefónicos que demostraban que el presidente había engañado a la opinión pública, varios de sus colaboradores dieron por hecho que había llegado el final. Que Rajoy no remontaría una situación que, quizás en otros países, hubiera significado una dimisión inmediata. Pero no ocurrió. Rajoy, fiel a su leyenda, aguantó la presión de la oposición. La social. La de algunos sectores de su propio partido. Y le ganó tiempo al reloj resolviendo tan delicadísima situación con una comparecencia de urgencia en el Senado, un 1 de agosto, en la que no se declaró culpable, sino engañado.

Pedir perdón

Tuvieron que pasar aún unos meses para que terminara por pedir perdón a la opinión pública, tal y como le aconsejaban algunos de sus propios compañeros de partido. Y algo más para que acometiera una renovación en las filas populares donde nuevas caras, desvinculadas de los casos de corrupción y que se permitían de vez en cuando ciertas dosis de autocrítica, tomaran las riendas, dejando a atrás los tiempos en que veteranos como Federico Trillo diseñaban, organizaban y desplegaban una estrategia de defensa basada en negarlo todo, fomentar el cierre de filas y la idea de conspiración contra el PP y la durísima ofensiva en los tribunales que terminó por sentar en el banquillo al propio Garzón.

Ahora, en estos días en que Catalunya copa la información política y la atención mediática, el partido de Rajoy suspira con alivio cuando la tensión por la crisis independentista difumina en parte los latigazos que le siguen llegando de los tribunales, y del Parlamento, a raíz de la corrupción. Las ácidas críticas de PSOE o Podemos se entremezclan con la confirmación de que el PP tendrá que ir al banquillo de acusados por destruir los ordenadores de Bárcenas. O el final del juicio de la Gürtel. La pesadilla no ha acabado, aunque los populares han aprendido a convivir con las consecuencias de una corrupción que de vez en cuando les quita aire, pero que no les ahoga.