El gesto serio, que no compungido. La cabeza alta, no retadora. Luto riguroso. Incluso en el bolso de mano. Pilar Manjón, 46 años, portavoz de la Asociación de Afectados por el 11-M, logró ayer lo que ningún compareciente consiguió desde que comenzaron los testimonios el pasado mes de julio: que sus señorías bajasen la cabeza, avergonzados, y admitieran que en demasiadas ocasiones convierten el Parlamento en "un patio de colegio".

La reprimenda que les soltó esta madre fue "seria y dura", tanto como la tragedia que acompaña su vida desde que su hijo Daniel, de 20 años, murió en el tren del Pozo cuando iba a la universidad. Los portavoces de todos los grupos políticos quedaron tan abochornados que apenas lograron levantar los ojos de los folios de preguntas, que nunca llegaron a realizar, porque así lo demandó la propia compareciente.

Más de una hora

Rubia, delgada y ojerosa, Manjón empezó con la voz quebrándose a desgranar un discurso de más de una hora. Pero fue creciéndose, ganando fuerza, a medida que disminuía la entereza de los que la escuchaban. Al rubor de los diputados se sumó el pesar de los periodistas, que apenas acertaban a tomar nota cegados por las lágrimas.

Ningún comentario la interrumpió. Los inoportunos móviles fueron silenciados. Las hojas de las libretas de notas se pasaban con exquisito cuidado. Nunca hubo tanta emoción en un espacio tan frío como una sala parlamentaria.

Manjón pormenorizó el desprecio de las víctimas por la actitud de los políticos desde el 11-M. Lamentó su partidismo, su estrechez de miras. Denostó su empeño en echarse culpas en lugar de buscar soluciones. "Han hablado de ustedes, esencialmente de ustedes", resumió.

Luego extendió los reproches fuera del Parlamento. Criticó el uso que algunos medios de comunicación hacen de las imágenes de la tragedia. Se quejó de los homenajes a las víctimas "sin las víctimas". Denunció la falta de atención psicológica y médica que sufren desde que pasó la conmoción de los primeros días. Y contestó la única sentencia dictada hasta ahora contra uno de los culpables de la masacre. Pletórica de razones, como todas las víctimas del brutal atentado, Manjón levantó la vista y miró de frente: "Son los representantes del pueblo, que no se les olvide". Y detalló las veces que se les pasó por alto. "Venimos a reprocharles sus actitudes de aclamación, jaleos y vítores, en algunas sesiones de la comisión, como si de un partido de fútbol se tratase". Tragó saliva. Su voz se rompió. Llorando, acertó a seguir: "Se está hablando de la muerte y de heridas de por vida padecidas por seres humanos. ¿De qué se reían, señorías? ¿Qué jaleaban? ¿Qué vitoreaban?" Con el personal abrumado por la congoja, Manjón exigió a la comisión que revise su actitud.

Fallo muy acertado

Detalló las reivindicaciones que su asociación quiere ver reflejadas en las conclusiones de los trabajos parlamentarios y, al hacerlo, incurrió en un fallo del lenguaje que, a la postre, resultó acertado. "Depuren todas las irresponsabilidades que se hayan cometido".

Algunos comisionados abandonaron la sala en distintos momentos para recomponer su rostro en el lavabo. Se vio salir llorando a José Antonio Labordeta (CHA) y al republicano Agustí Cerd . También se retiró el popular Eduardo Zaplana. Aunque cariacontecido, él salió para "atender una llamada urgente". Pero la compareciente logró su propósito. Todos los portavoces tomaron la palabra para asumir la culpa, pedir disculpas y hacer propósito de enmienda.

La tensión emocional era tal que a muchos les sobró ese turno político. Habían hablado los muertos por boca de esa madre rota. Pero sus señorías no renunciaron al uso del micrófono. El presidente de la comisión, Paulino Rivero, intuyó que Manjón debía tener la última palabra. "Que nuestro dolor centre sus conclusiones. Tienen la obligación de evitar otro atentado". En un gesto insólito, los periodistas rompieron a aplaudir.