Hay tres preguntas básicas que todavía no tienen respuesta. La primera es averiguar cómo va a gestionar el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, su moderada expansión política. La angustia proporcionada por los "empates técnicos" que han acogotado la gestión de Gobierno durante toda esta legislatura ha terminado por proporcionar una victoria modesta que habrá que averiguar si se ha apoyado más en aciertos propios o en errores ajenos.

Rodríguez Zapatero ha pasado de la precariedad de necesitar pactos con fuerzas minoritarias para alcanzar estabilidad de gobierno a una autosuficiencia moderada. Pero no le será fácil gobernar solo, salvo que consiga una cierta neutralidad del Partido Popular en temas fundamentales.

El presidente del Gobierno no va a necesitar argumentos para justificar concesiones a las minorías nacionalistas extremas por la sencilla razón de que las ha fagocitado. Lo ocurrido con Esquerra Republicana es paradigmático de que la sobreactuación termina por acabar con el espectáculo. Resisten CiU y PNV, con oscilaciones a la baja, demostrando que la solera y la tradición es una condición para la supervivencia de los nacionalismos periféricos. La moda efímera de Esquerra Republicana ha sido solo un espejismo que ha terminado en catástrofe para sus dirigentes.

La segunda pregunta que necesita contestación es la forma en que se va a producir la desaparición política de Mariano Rajoy. Los datos definitivos apuntalan la hipótesis de que con otras políticas podría haber ganado. Pero no ha ocurrido, probablemente por la tozudez de unas apuestas catastrofistas que no han cuajado en la sociedad.

El techo y el suelo del Partido Popular han hecho un sandwich que ha aplastado el futuro político de Mariano Rajoy y de su guardia pretoriana. Pero la subida que ha obtenido el PP, tanto en número de votos como en escaños, le va a permitir escoger la forma de desaparecer. Tiene agarraderas para simular que no ha ocurrido nada, pero es difícil pretender una tercera oportunidad en quien ya ha perdido dos elecciones, aunque haya tenido una remontada que suaviza su derrota.

Los rasgos característicos de la forma de los populares de entender la política --la confrontación y el tremendismo-- han quedado solo parcialmente desautorizados y siempre habrá espontáneos que pretendan que la dosis de agresividad ha sido insuficiente. Es una cuestión de interpretaciones.

Se produce la paradoja de que el PP pierde avanzando más que el PSOE y consolida un bipartidismo imperfecto que debiera hacer imposible el desencuentro básico que ha existido en la última legislatura entre los dos grandes partidos. Salvo que la locura se instale de forma permanente entre oposición y Gobierno, están condenados a recuperar el entendimiento que fue una constante de toda la transición. La tozudez de los dos líderes puede impedir el reencuentro.

La última cuestión de la que habrá que estar pendiente es si hemos terminado una etapa de expansión de los nacionalismos periféricos radicales. De ETA y su miserable apuesta por la abstención es mejor ni siquiera hablar.