"Cuanto más envejecemos, más necesitamos estar ocupados. Casi es preferible morir antes que arrastrar una vida ociosa". Manuel Fraga pronunció esta frase de Voltaire el 5 de octubre del año pasado en el debate sobre el estado de la autonomía, tras sufrir un desfallecimiento. Y ¡vive Dios que cumple a rajatabla la máxima del filósofo francés! El anciano, achacoso, renqueante e incombustible presidente de la Xunta se ha propuesto a sus casi 83 años el titánico reto de revalidar el domingo su quinta mayoría absoluta y, cual don Pelayo, convertir a Galicia en la Covadonga desde la que el PP de Mariano Rajoy reconquiste la Moncloa.

Manuel Fraga Iribarne (Vilalba, Lugo, 1922) tiene un currículo político tan extenso como larga es la lista de cargos que ha ocupado desde que en 1951 fuera nombrado secretario general del Instituto de Cultura Hispánica. Afiliado de muy joven a la Falange Española de las JONS, don Manuel --como le llaman en su tierra-- es uno de los políticos en activo más ancianos del mundo y el único español que sigue al pie del cañón tras desempeñar cargos relevantes en el franquismo y la transición.

El niño llorón que fue de bebé, que emigró con sus padres a Cuba, donde vivió de los 2 a los 4 años, hizo pronto carrera en la dictadura. A los 40, Franco le nombró ministro de Información y Turismo. Promulgó la ley de prensa y, en plena euforia desarrollista, activó el turismo bajo el lema Spain is different . Y dejó grabada en la retina de los españoles su imagen en remojo, en 1966, en la playa de Palomares para calmar a la opinión pública después de que una bomba de hidrógeno estadounidense cayera al mar.

Pero, qué curioso, este largo pasado franquista, que culminó como embajador en Londres, ha desaparecido de la biografía de la web del PP de Galicia. Y tampoco figura que, como ministro de la Gobernación del Gabinete de Carlos Arias Navarro, pronunciara la célebre y desafortunada frase "La calle es mía", tras los incidentes de un miércoles de ceniza en Vitoria en que murieron varias personas por la actuación de la policía.

El sueño que no pudo ser

Reinstaurada la democracia, fundó AP junto a otros exministros franquistas. Bajo estas siglas fue elegido diputado entre 1977 y 1986, pero tras dos legislaturas como jefe de la oposición, con Felipe González en la Moncloa, Fraga, uno de los padres de la Constitución, vio que jamás llegaría a cumplir su sueño de presidir el Gobierno. Entregó la presidencia del PP a José María Aznar, cogió los bártulos y regresó a su Galicia natal, donde ha reinado ininterrumpidamente desde las elecciones autonómicas de 1989.

Lleva una década amagando con abandonar por razones de edad. De fuertes convicciones religiosas, inculcadas por su madre --que le obligaba al rezo diario del rosario--, deja su salud en manos de Dios. Por ahora goza de una mala salud de hierro: en los últimos cuatro años ha sido operado de una hernia discal y una inguinal, lleva marcapasos y ha sufrido más de un desfallecimiento en público.

Algunas lipotimias vinieron precedidas de un clima de tensión política, como en enero del 2003 en plena crisis del Prestige, esos "cuatro hilillos de plastilina", como calificó Rajoy el vertido, que acabaron inundando de chapapote la costa gallega y que sólo la promesa de una lluvia de dinero apaciguó los ánimos de los gallegos. Fraga esta vez no se bañó; estaba de caza.

Teorías "fraguianas"

Galleguista, a veces más autonomista que Aznar y Rajoy juntos, amante del ordeno y mando, ha gobernado Galicia a su antojo, entre acusaciones de "caciquismo", y ha acumulado un nutrido elenco de frases y teorías controvertidas. Algunas de ellas son aún recientes: los sondeos son tan poco fiables como "cuando a una mujer se le pregunta con cuántos hombres se acuesta"; "la homosexualidad es una anomalía y las personas que nacen así porque los cromosomas se equivocan tienen derecho a un cierto reconocimiento" y "digo verdades sin condón y pienso morirme sin ponerme uno".

Poco o nada hábil en los fogones, Fraga sigue sin haber cocinado el plato de su sucesión. "No ha llegado el momento", afirma este hombre autoritario. Dice tener preparado, hace años, el discurso de renuncia. Por si acaso. Si fracasa en su operación reconquista, este Pelayo-Fraga, viudo y padre de cinco hijos, se retirará. Previsiblemente, a su Vilalba natal.