Fueron 48 horas de infarto para la diplomacia española. José Luis Rodríguez Zapatero se había empeñado en que la cumbre de Barcelona fuera un hito en su mandato, y el sueño se desmoronaba. Uno a uno, los jefes de Estado árabes se habían dado de baja del evento. Incluido el presidente egipcio, Hosni Mubarak, a quien el Ejecutivo español pretendía presentar casi como un trofeo. Para colmo, las posibilidades de llegar a acuerdos en materia antiterrorista y de derechos humanos se esfumaban.

En Mallorca, donde el domingo inauguró los trabajos de la Alianza de Civilizaciones, Zapatero comenzó a inquietarse. El ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos, no asistió al acto para quedarse en Barcelona intentando salvar la cumbre del naufragio. El número dos del ministerio, Bernardino León, durmió sólo dos horas el domingo. A las tres de la madrugada del lunes se reunió con el palestino Abú Mazen. Cuatro horas más tarde, Moratinos, que había mantenido encuentros con dirigentes árabes durante toda la noche, intentaba desbloquear el acuerdo antiterrorista en conversación telefónica con el Gabinete de Ariel Sharon en Israel.

Hacia las nueve de ayer, poco antes de que el Rey inaugurara la cumbre, trascendió por un micrófono mal cerrado una conversación entre Zapatero y el director de internacional de su gabinete, Carles Casajuana, en la que el presidente, visiblemente contrariado, ordena cerrar acuerdos "como sea", mientras que Casajuana tacha de "intratables" a los israelís. La delegación israelí evitó dar relevancia al incidente, y no pidió explicaciones por la afirmación del alto cargo de la Moncloa. ¡Jo, qué cumbre!