Dicen en el PSOE que Pedro Sánchez prefiere que las elecciones se celebren el próximo 10 de noviembre y no dentro de un año, argumentando que ahora estaría en condiciones de mejorar el resultado del 28 de abril, mientras que en noviembre del 2020 las circunstancias habrán cambiado para peor y los socialistas, y por ende la izquierda, podrían perderlas.

Este razonamiento, que habría sido trasladado de esta misma manera a algunos de los interlocutores políticos con los que el presidente en funciones se ha entrevistado en las últimas semanas, puede sonar lógico pero tiene sus puntos débiles.

De entrada, expresa el convencimiento de Sánchez de que un Gobierno con el apoyo de Unidas Podemos, sea este de coalición o a la portuguesa, no tiene garantizada estabilidad alguna y desembocaría en una crisis al cabo de unos meses. Por resumir, cree que el devenir de un pacto entre las dos fuerzas de la izquierda sería tan catastrófico que acabaría en unas nuevas elecciones a las que los protagonistas concurrirían mucho más debilitados.

Afrontar las amenazas

Este pensamiento refleja también la poca esperanza que parece tener el líder socialista en la capacidad de ese Gobierno para afrontar con éxito las amenazas que se ciernen sobre la política española, desde la sentencia del procés al brexit pasando por esa recesión económica que asoma en la Unión Europea.

El deseo de elecciones ya solo se puede sostener en la creencia de que el 10 de noviembre los resultados serán tan favorables al PSOE que le permitirán configurar ese «Gobierno sólido» y esa «legislatura estable» que Sánchez desea. Sin embargo, la mayoría de los sondeos, aun siendo favorables a los socialistas, no permiten augurar ni tanta solidez ni tanta estabilidad.

Más bien parece que en el mejor de los supuestos las cosas quedarían más o menos como están ahora, con el PSOE algo más reforzado y Unidas Podemos algo más debilitado, pero necesitándose para sacar adelante la investidura. Y la desconfianza mutua no habría hecho más que aumentar en una dura campaña electoral en la que ambos partidos atribuirán al contrario la responsabilidad de la repetición, con la intención de aprovechar en su beneficio el malestar que el regreso a las urnas causa en los votantes progresistas.

El papel de Rivera

Salvo que Sánchez baraje otras alternativas. La abstención del PP, que saldría reforzado según las encuestas, parece improbable, pero hay quien cree que una debacle de Ciudadanos podría llevar a ese partido a prescindir de Albert Rivera y a pactar con el PSOE. Aunque si el desastre es tan grande como para cambiar de líder a lo mejor no saldría la suma. Son hipótesis que se están analizando, pero que podrían verse desmentidas por un resultado en el que las tres derechas suman y gobiernan.

Muchos socialistas, y no precisamente de la vieja guardia, ven con horror ese escenario, pero no parece que se atrevan a decírselo a su líder. Ellos, como la mayoría de los dirigentes morados, prefieren un acuerdo de investidura ya. Quedan tres días y ni PSOE ni Unidas Podemos deberían desperdiciarlos.